Cadáver exquisito
Era imposible no detenerse un instante y contemplar aquel espectáculo. El suelo del jardín del instituto se hallaba tapizado alegremente de miles de diminutas flores blancas. El pequeño patio se encontraba deliciosamente inmerso en una delicada fragancia que lo arrullaba todo, y que no dejada de maravillar a todos los que por allí caminaban. Solo un hombre al llegar al pequeño jardín florecido, suspiró disgustado mientras oservaba aquellas flores derramadas en el suelo con una mueca de evidente desagrado, como si le resultasen indeseables.
Aquel hombre era el barrendero del instituto. Era el encargado de recoger con la paciencia silente de su pala y de escoba, los despojos mortales de la primavera. Ese cadáver exquisito que yacía inerte y feliz, ante sus ojos.
Ambrose D'argé
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