domingo, 11 de diciembre de 2011

Argo_artística: Klimt (Bosque de abedules)


GUSTAV KLIMT
BOSQUE DE ABEDULES
1903



Confieso que no poseo un criterio definido para la publicación de pinturas. Solo un honesto placer estético, y el anhelo de compartirles mis favoritos, o algunas obras que han calado en mi apreciación. Esta que hoy comparto por ejemplo, causa una extraña fijación y gusto. Es una obra de arte aparentemente irrelevante, monótona. Puede resultar tal vez incomprensible los esfuerzos del artista por retratar una sencilla escena como la descrita. Pero luego que la has observado, y que tal vez vas de viaje en un automóvil, y observar al aire libre, en estado silvestre este mismo paisaje, que fue capturado de forma tan precisa, entonces comienzas a entender, a evocar. 

domingo, 4 de diciembre de 2011

Argo_poesía: Pablo Neruda "Soneto C"







PABLO NERUDA


Soneto C



En medio de la tierra apartaré
las esmeraldas para divisarte
y tú estarás copiando las espigas
con una pluma de agua mensajera.

Qué mundo! Qué profundo perejil!
Qué nave navegando en la dulzura!
Y tú tal vez y yo tal vez topacio!
Ya no habrá división en las campanas.

Ya no habrá sino todo el aire libre,
las manzanas llevadas por el viento,
el suculento libro en la enramada,

y allí donde respiran los claveles
fundaremos un traje que resista
la eternidad de un beso victorioso.





lunes, 28 de noviembre de 2011

Argo-poesia: Masaoka Shiki (A campo traviesa: Poema)






Saludos queridos argonautas, muy pronto recibiremos nuestra visita numero 30000, una cifra enorme e inimaginable, que se escapa a cualquier cosa que pudimos haber soñado quienes trabajamos en este blog. Nos gustaría contar con mayor participación y retroalimentación de su parte para seguir creciendo y hacer de este blog un lugar cada vez más plácido y agradable para visitar. Entrando en materia, les regalamos un poema del famoso Masaoka Shiki, tal vez el más renombrado poeta japonés de todos los tiempos. Esperamos que disfruten de la singuralidad sencillez y belleza de sus letras.



MASAOKA SHIKI






A campo traviesa


Fue un sueño increíble,
dijeron
que me lo había inventado.

* * *
La gran mañana:
vientos de antaño
soplan a través de los pinos.

* * *
El día es largo;
mis ojos están cansados
de mirar al mar.

* * *
Cuando cae a tierra
la cometa
no tiene alma.

* * *
La alondra cantando
ondula
las nubes.

* * *
En la brisa de la mañana
se alzan las alondras
de todo corazón.

* * *
El caracol se arrastra
dos o tres pasos
y se acaba el día.

* * *
La mariposa,
ni siquiera cuando la persiguen
parece tener prisa.
 






tomado de

http://amediavoz.com/shiki.htm


jueves, 10 de noviembre de 2011

Anton Chejov y su papel en la historia del cuento moderno

ANTON PAVLOVICH CHÉJOV


Chejov al igual que Edgar Allan Poe y Raymond Carver, son a mi juicio, los padres del cuento moderno, ya considerado como un género en sí mismo dentro de la literatura. El día de hoy y por medio de esta publicación que encontré el otro día en un blog que citaré al final, conoceremos en detalle la gran relevancia de este magnífico autor, para este genero que tanto nos fascina. 


* *  *



El cuento tiene futuro. De alguna forma, la velocidad de los tiempos hacen del relato y el cuento dos géneros literarios a perdurar. Requieren de precisión, dominio literario y exigen para su escritura captar la atención del lector, introducirlo en un ambiente y en una situación con rapidez, sin demasiadas explicaciones. La democratización de la novela la está haciendo rígida, anquilosada, antigua y sin peso real. Sigue siendo el género rey, el más vendido, el que más se consume, pero el tipo de novelas en auge nos remiten a tiempos lejanos, algo similar a lo que le sucede en el cine. Continúa habiendo excelentes novelas, de eso no cabe la menor duda, pero digamos que la influencia de éstas se ha visto ensordecida por la importancia de obras sin ningún valor literario que parecen inundar el mercado. Desconozco si es culpa de los lectores o de los editores. El problemas de la novela (distinto al de la poesía y el cuento, que son artes de la intimidad) es que requiere de muchos lectores para que sea efectiva. Incluso tengo la amarga sensación de que esta tendencia continuará, de que la Historia de la Literatura es posible que deje de existir tal y como la concebimos ahora, y resurgirá en el futuro ante un posible cambio de orden. Tampoco creo en las recetas que apuntó Vicente Verdú en su artículo sobre el devenir de la novela: me parecen miopes, desacertadas, una boutade.


Cortázar decía que el cuento breve moderno se caracterizaba por la economía de medios; las narraciones arquetípicas de los últimos cien años han nacido de una despiadada eliminación de todos los elementos privativos de la nouvelle y de la novela, los exordios, circunloquios, desarrollos y demás recursos narrativos. Aseguraba que no había diferencia genética entre este tipo de cuentos y la poesía como la entendíamos a partir de Baudelaire. Sin duda, el padre del cuento moderno es Anton Chejov. Su influencia literaria marcó no sólo el desarrollo del género -lo separó de esa idea errónea de literatura infantil o menor-, sino que estableció lugares narrativos distintos e hizo que la trama de los mismos no fuera lo importante, centrándose en el repentino extrañamiento humano, en ese transcurrir hacia otros lugares de conciencia a los que llegaban sus protagonistas de modo azaroso. La elegancia de los relatos chejovianos es indudable. La mayor parte de la gran literatura norteamericana del siglo XX -probablemente los mejores cuentistas junto a los suramericanos- bien nutrida por un numeroso grupo de autores que cultivaron este género, le deben muchísimo al maestro ruso. Cultivó el teatro con talento, amó a numerosas mujeres y de alguna forma aspiró al silencio. En sus cuentos se percibe esa distancia hacia el mundo, algo que en ocasiones fue tomado como desprecio o desatención, siendo simplemente hartazgo, mera inteligencia, o resultado de su temprana enfermedad. Sus relatos arrancan del azar, de un gesto o un suceso mínimo que conforma la trama a través de sutiles variaciones. De alguna manera anticipó la forma de pensar del hombre contemporáneo, ese aleteo sin heroísmo que tiñe nuestra vida, que la hace insulsa a menudo, aburrida, llena de intervalos emocionales que son los que determinan nuestra biografía y no la acción que nos ofrece como elemento central la cultura predominante. Cortázar, que leyó extraordinariamente los cuentos de Chejov, sin escoger en el fondo sus formas en su propia literatura, dijo: Hay hombres que en algún momento cesan de ser ellos y su circunstancia, hay una hora en la que se ahnela ser uno mismo y lo inesperado. De eso hablan los relatos de Chejov. El conflicto había dejado de ser acción para convertirse en sensación, una sensación capaz de hacer mirar a los personajes su entorno de otra forma, de impulsar los gestos más exagerados o los silencios mas insignificantes.
La aportación literaria de Chejov fue muy honda. Introdujo un tiempo diferente en la manera de narrar -algo similar a lo que hizo Proust o Thomas Mann en el genero novelístico-, aunque sus relatos parecen teñidos de clasicismo. La arquitectura de sus narraciones se componía de elementos en apariencia prescindibles o poco reseñables, pero de alguna manera, el ambiente que generaban eran la base de su desarrollo. Sus cuentos son tan humorísticos como tristes; los personajes oscilan entre el patetismo, la indiferencia y el anhelo de ser. Parecen aburridos, imperfectos, sumidos en estados melancólicos y depresivos, otras decididos, aun cuando se vislumbra el error en ello, ridículamente instalados en una seguridad que nos provoca jocosidad; Chejov nos permite observarlos de lejos, reconocernos en cada uno de ellos, con esa distancia suya que no es indiferencia, sino más bien curiosidad (Chejov quizá fuera la reencarnación de un gato). Los héroes de Chejov suelen mostrarnos una resignación anodina que casa muy bien con nuestra época. Tanto lo aparentemente bueno que hacen como lo malo, responde a imperceptibles transformaciones del ánimo, que les empujan a inmiscuirse discretos en el mundo que los rodea. Es curioso que un autor tan despojado de los elementos de la literatura psicológica, ahondara de tal forma en los procesos emocionales con acierto. Podía haber sido irónico, o incluso cínico, pero en sus textos los protagonistas se entreven desde una lejanía amorosa, comprensiva, supongo que esto tenía que ver con su propio carácter. Aún así, en ocasiones, el Chejov autor se entrometía en los problemas de su tiempo. Él no era un político o un revolucionario, simplemente fraguaba los elementos característicos del cuento moderno: era un escritor enorme.

BREVE HISTORIA DEL CUENTO MODERNO.

Hasta Chejov, el cuento se centraba en la anécdota, su tiempo literario alcanzaba para tener un principio y una conclusión en el espacio de sus páginas, a menudo con una enseñanza subjetiva, con un afán moralizador y una trama que certificaba la espina dorsal de la pieza. No voy a entrar en el sentido de los cuentos infantiles, porque su importancia y su dificultad exigiría un número imposible de páginas para este blog.
Chejov tuvo dos precedentes ilustres, dos cuentistas extraordinarios a los que leyó con devoción, precursores de su inmensa aportación al género; Ivan Turgeniev y Guy De Maupassant (éste fue casi contemporáneo). Ambos son distintos, y oscilan, muy por encima de sus coetáneos, entre la vieja tradición cuentista y el cuento moderno. Los relatos de Turgeniev son de una belleza inquietante, comenzó a primar el ambiente por encima de los hechos (algo que Chejov llevó a su máxima expresión). Maupassant, ídolo decadente, famoso en su época, cuya muerte trágica lo inmortalizó aún más después, hizo de la anécdota misteriosa -o curiosa- su centro (no en vano muchos escritores de literatura de terror posteriores lo utilizaron como referencia, y es sin duda unos de los maestros del género).
Por utilidad, podemos considerar el cuento moderno divido en dos tradiciones rivales a partir de esos dos autores, la chejoviana y la kafkiana. Ambos determinan hasta nuestros días la mayor parte de las expresiones brillantes del cuento. Chejov iniciaba sus relatos de repente, sin más preámbulo que la descripción del espacio o las circunstancia de sus personajes, terminaba elípticamente, sin importarle en el fondo la existencia de un final, sino dejando que el tiempo continuara su proceso, desinteresado en rellenar los huecos que el lector pretendía alcanzar a cerrar a lo largo de la lectura. No era ni un moralista ni alguien dispuesto a dar lecciones. Sus asuntos eran sin duda corrientes, casi insulsos, su materia prima era la realidad. Kafka, sin embargo, barruntaba la fantasmagoría como elemento principal (quizá le impresionó más Maupassant que Turgeniev), lo extraordinario como punto de partida, aun cuando lo aproximara después a lo real con su talento, algo muy borgiano (Borges osciló en algún momento de su literatura entre los dos genios, aunque la crítica sitúe sus obras maestras en el entorno de Kafka). Para Chejov la realidad no poseía nada extraordinario a no ser la intensa evolución de lo imperceptible que se daba en su seno, la sutileza del cambio emocional y sus tremendos efectos en la mirada y la vida de los personajes. Para Kafka lo fantástico poblaba el mundo, y era a través de ese afán como se acercaba a la realidad. Cada cual que elija a su gusto, tal y como hicieron los excelentes cuentistas que les sucedieron. Ninguno de los dos se preocupó en exceso por contar una historia con principio y final, de perfilar en sus obras una intención ejemplificadora e ilustrativa, de ahí que sus estilos, incluso en sus herederos naturales, no sean fácil de diferenciar. Ambos compartían gusto por lo inacabado, lo transitorio, la continuo hasta el infinito; no les interesaba lo más mínimo la causa-efecto, la linealidad quebrada por la conclusión, el peso enorme del suceso. Según palabras de Harold Bloom, los dos escritores -y de esa manera definieron el cuento moderno-, afirmaron lo tácito del relato; la obligación del lector de entrar en actividad y discernir explicaciones que el escritor evitaba. Exigían que el lector escuchase con el oído interior. Eran elípticos en materia moral tanto como en la continuidad de la acción o en los detalles del pasado de sus personajes.
Los años posteriores nos han traído excelentes cuentistas que aprendieron y practicaron las enseñanzas de Chejov y Kafka. Entre los chejovianos, se encuentran la mayor parte de los grandes cuentistas norteamericanos: Hemingway, Cheever, McCullers, Capote, Flannery O´Connor, Alice Munroe, Katherine Anne Porter, Richard Ford, James Salter, William Faulkner, Salinger, Raymond Carver, Harold Brodkey, también europeos como Cesare Pavese, Kjell Askildsen, Ignacio Aldecoa, James Joyce, Thomas Mann, Isaac Bashevis Singer, o japoneses, como Yanusari Kawabata. En la tradición kafkiana el número de ilustres maestros también es elevado; Jorge Luis Borges, Boy Casares, Julio Cortázar, Juan Carlos Onetti, Augusto Monterroso, Italo Calvino, Milan Kundera, Tommaso Landolfi, Dino Buzzati, Boris Vian, Patricia Highsmith, Vladimir Nabokov, Clarice Lispector, Juan Rulfo, Eduardo Galeano, Kenzaburo Oé, Julián Rios, Haruki Murakami o Enrique Vila-Matas…

Anton Chejov e Ivan Tolstoi

EL ESPEJO CURVO (Un relato de Anton Chejov)

Mi mujer y yo entramos en la sala. Olía a musgo y humedad. Millones de ratas y ratones echaron a correr cuando alumbramos aquellas paredes que durante un siglo entero no habían visto la luz. Cuando cerramos la puerta tras de nosotros, entró una ráfaga de viento y se arremolinaron los papeles, amontonados por los rincones de la estancia. La luz cayó sobre aquellos papeles y distinguimos viejas inscripciones e imágenes medievales. De las paredes, que el tiempo había puesto semiverdosas, colgaban los retratos de mis antepasados. Sus rostros tenían una expresión altiva, severa, como si quisieran decir:
-¡Buena azotaina te mereces, hermanito!
Nuestros pasos resonaban por toda la casa. A mis toses respondía el eco, el mismo eco que en otros tiempos había respondido a mis antepasados. …
El viento ululaba y gemía. Alguien lloraba en el tubo de la chimenea, con llanto en que se percibía una nota de desesperación. Gruesas gotas de agua repicaban en las ventanas oscuras, empañadas, y sus golpes llenaban el ánimo de tristeza.
-¡Oh, antepasados, antepasados! – dije, suspirando profundamente-. Si fuera escritor, mirando los retratos escribiría una larga novela. Pues cada uno de estos viejos fue en su tiempo joven, y cada uno de ellos o ellas tuvo su novela… ¡y qué novela! Mira, por ejemplo, a esta vieja, mi bisabuela. Esa mujer tan fea y horrible tiene su novelita, que es de extraordinario interés . ¿Ves -pregunté a mi esposa-, ves el espejo que cuelga ahí, en el rincón?
Y señalé un gran espejo, con negro marco de bronce, colgado en un ángulo de la pared, cerca del retrato de mi bisabuela.
-Este espejo posee virtudes mágicas y fue la perdición de mi bisabuela, que lo compró por una cantidad enorme y no se separó de él hasta morir. Se miraba en el espejo día y noche, sin cesar; se miraba incluso cuando comía y bebía. Cuando se acostaba, siempre lo ponía a su lado, en la cama, y en trance de muerte pidió que lo colocasen con ella en el ataud. No lo hicieron así sólo porque el espejo no cupo.
-¿Era coqueta? – preguntó la esposa.
-Admitámoslo. Pero ¿no tenía, acaso, otros espejos? ¿Por qué tuvo tanto cariño precisamente por éste y no por otro? ¿Le faltaban, acaso, espejos mejores? No, querida; aquí se esconde algún misterio terrible. No puede ser de otro modo. La leyenda dice que en el espejo hay un diablo y que mi bisabuela sentía debilidad por los diablos. Desde luego, esto es absurdo, pero no hay duda de que el espejo con marco de bronce posee una fuerza misteriosa.
Sacudí el polvo del espejo, lo miré y solté una carcajada. A mi carcajada, respondió sordamente el eco. El espejo era curvo y mi fisonomía se torcía en todas las direcciones; me ví la nariz en la mejilla izquierda; el mentón, desdoblado en dos, se me había desplazado hacia un lado.
-¿Qué gusto más raro el de mi bisabuela! -dije.
Mi mujer se acercó indecisa al espejo, también se miró en él, y enseguida ocurrió algo horrible. Palideció, se puso a temblar convulsivamente de pies a cabeza y lanzó un grito. Se le cayó de la mano el candelabro, que rodó por el suelo, y la vela se apagó. Quedamos sumidos en las tinieblas. En el mismo instante oí caer algo pesado: mi mujer se había desmayado.
El viento gimió aún más lastimeramente, empezaron a correr las ratas, entre los papeles se agitaron los ratones. Los pelos se me pusieron de punta cuando se desprendió el postigo de una ventana y se vino abajo. Por la ventana apareció la luna…
Levanté a mi mujer y la saqué en brazos de la morada de mis antepasados. No volvió en sí hasta el día siguiente, al atardecer.
-¡Ese espejo! ¡Dadme el espejo! -dijo al recobrar el conocimiento-. ¿Dónde está el espejo?
Durante una semana entera no bebió, no comió, no durmió, no hizo sino pedir que le trajeran el espejo. Lloraba a lágrima viva, se arrancaba los cabellos de la cabeza, se agitaba, y, por fin, cuando el doctor declaró que mi mujer podía morir de consunción, y que su estado era de suma gravedad, vencí mi miedo, bajé otra vez a la antigua mansión y traje de allí el espejo de la bisabuela.
Al verlo, mi mujer se echó a reír de felicidad; luego lo agarró, lo besó y se lo quedó mirando, clavados los ojos en él.
Han transcurrido ya más de diez años y sigue contemplándose en el espejo sin sepárarse de él ni un solo instante.
-¡Es posible que ésta sea yo? -balbucea mientras que en su rostro, a la vez que el color de la púrpura, aparece una expresión de dicha y arrobamiento-. ¡Sí, soy yo! ¡Todo miente, menos éste espejo! ¡Mienten las personas, miente mi marido! ¡Oh, si antes me hubiera visto, si hubiera sabido cómo soy en realidad, no me habría casado con ese hombre! ¡Es indigno de mí! ¡A mis pies han de humillarse los caballeros más apuestos, los más nobles!…
En cierta ocasión, estando de pie detrás de mi mujer, miré casualmente el espejo y descubrí el espantoso secreto. Vi en el espejo a una mujer de deslumbrante belleza, como nunca había encontrado en mi vida. Era un prodigio de la naturaleza, un armónico acuerdo de hermosura, elegancia y amor. Pero ¿a qué se debía aquello? ¿Qué había sucedido? ¿Cómo era que mi mujer, fea y torpe, pareciera en el espejo tan maravillosa? ¿A qué se debía aquello?
Pues a que el espejo curvo torcía el feo rostro de mi mujer en todos los sentidos y por este casual desplazamiento de sus rasgos, su cara resultaba preciosa. Menos por menos daba más.
Y ahora, los dos, mi mujer y yo, permanecemos sentados ante el espejo y lo contemplamos sin separarnos de él un solo minuto; la nariz se me mete en la mejilla izquierda, el mentón, desdoblado en dos, se me desplaza hacia un lado, pero la cara de mi mujer es encantadora, y una pasión loca, insensata, se apodera de mí.
-¡Ja, ja, ja! -suelto riéndome a carcajadas como un salvaje.
Mientras mi mujer balbucea, con voz apenas perceptible:
-¡Qué hermosa soy!.

Anton Chejov. Relatos

Biografía

Dramaturgo y autor de relatos ruso, es una de las figuras más destacadas de la literatura rusa y europea. Hijo de un comerciante que había nacido siervo, Chéjov nació el 29 de enero de 1860 en Taganrog, y estudió medicina en la Universidad Estatal de Moscú. Mientras todavía estaba en la universidad publicó relatos y escenas humorísticas en revistas. Casi no ejerció la medicina debido a su éxito como escritor y porque padecía tuberculosis, en aquel tiempo una enfermedad incurable. La primera colección de sus escritos humorísticos, Relatos de Motley, apareció en 1886, y su primera obra de teatro, Ivanov, se estrenó en Moscú al año siguiente. En 1890 Chéjov visitó la colonia penitenciaria de la isla de Sajalín, en la costa de Siberia, para escapar de las inquietudes de la vida del intelectual urbano, y posteriormente escribió La isla de Sajalín (1891-1893), un relato de su visita. La frágil salud de Chéjov le llevó a trasladarse en 1897 de su pequeña propiedad cercana a Moscú a Crimea, de clima más cálido. También hizo frecuentes viajes a los balnearios de Europa central. Casi a finales de siglo conoció al actor y productor Konstantín Stanislavski, director del Teatro de Arte, de Moscú, que en 1898 representó su obra La gaviota (1896). Esta asociación de dramaturgo y director de teatro, que continuó hasta la muerte de Chéjov, permitió la representación de varios de sus dramas en un acto y de sus obras más significativas como El tío Vania (1897), Las tres hermanas (1901) y El jardín de los cerezos (1904). En 1901 se casó con la actriz Olga Knipper, que había actuado en sus obras. Chéjov murió en el balneario alemán de Badweiler el 14/15 de julio de 1904. La crítica moderna considera a Chéjov uno de los maestros del relato. En gran medida, a él se debe el relato moderno en el que el efecto depende más del estado de ánimo y la sutil arquitectura de la composicion que de la trama. Sus narraciones, más que tener un clímax y una resolución, son una disposición temática de impresiones e ideas. Utilizando temas de la vida cotidiana, Chéjov retrató el pathos de la vida rusa anterior a la revolución de 1905: las vidas inútiles, tediosas y solitarias de personas incapaces de comunicarse entre ellas y sin posibilidad de cambiarse a si mismo dentro una sociedad perdida y decadente. Algunos de los mejores relatos de Chéjov se incluyen en el libro publicado póstumamente Los veraneantes y otros cuentos (1910). Dentro del teatro ruso, a Chéjov se le considera como un representante fundamental del naturalismo moderno. Sus obras dramáticas, lo mismo que sus relatos, son estudios del fracaso espiritual de unos personajes abocados a la resignación y la imposibilidad. Para presentar estos temas, Chéjov desarrolló una nueva técnica dramática, que él llamó de “acción indirecta”. Para ello diseccionaba los detalles de la caracterización e interacción entre los personajes más que el argumento o la acción directa. En una obra de teatro de Chéjov muchos acontecimientos dramáticos importantes tienen lugar fuera de la escena y lo que se deja sin decir muchas veces es más importante que las ideas y sentimientos expresados, como sucede en sus cuentos. Algunas de sus obras fueron inicialmente rechazadas en Moscú, pero su técnica ha sido aceptada por los dramaturgos y los espectadores modernos, y sus obras aparecen con frecuencia en los repertorios dramáticos más importantes del mundo.


tomado de:



jueves, 3 de noviembre de 2011

La zorra y las uvas (Fábula de Esopo)








La zorra y las uvas
[Fábula. Texto completo]
Esopo


Viendo una zorra unos hermosos racimos de uvas ya maduras, deseosa de comerlos, busca medio para alcanzarlos, pero no siéndole posible de ningún modo, y viendo frustrado su deseo, dijo para consolarse:-Estas uvas no están maduras.
A veces se manifiesta no apetecer lo que se ve imposible de conseguir.





sábado, 29 de octubre de 2011

Las flores de la sombra






Todos los días mueren poetas
como flores pisoteadas en el suelo
como perros aplastados en las calles.
Todos los días nacen poetas
y no lo saben
lo terrible es que no lo saben,
habrán de vivir
con el corazón, el fuego
y las palabras en las manos.
Horrible existencia
la luz de saber
la herida de saber.
Todos los días mueren poetas
como vuelan mariposas de un día
como amores pasajeros,
como poesías tristes
que no verán nunca
la luz tenue de los ojos.
Todos los días nacen poetas
como asesinos
o tiranos,
como autistas de otros mundos,
o como bellas flores cadáver.

Un día habrá de ir el poeta,
como se extingue un fuego
un cuerpo
o una flor.



Corvis 2011.

Calvin & Hobbes




Les regalo unas cuantas viñetas de esta increíble historieta.




































sábado, 22 de octubre de 2011

Te doy una canción: Shape of my heart (Sting)

That's not the shape of my heart...
Quién es él? 
















The Shape of my heart.
Sting.


He deals the cards as a meditation
And those he plays never suspect
He doesn't play for the money he wins
He doesn't play for the respect
He deals the cards to find the answer
The sacred geometry of chance
The hidden law of probable outcome
The numbers lead a dance

I know that the spades are the swords of a soldier
I know that the clubs are weapons of war
I know that diamonds mean money for this art
But that's not the shape of my heart

He may play the jack of diamonds
He may lay the queen of spades
He may conceal a king in his hand
While the memory of it fades

I know that the spades are the swords of a soldier
I know that the clubs are weapons of war
I know that diamonds mean money for this art
But that's not the shape of my heart
That's not the shape, the shape of my heart

And if I told you that I loved you
You'd maybe think there's something wrong
I'm not a man of too many faces
The mask I wear is one
Those who speak know nothing
And find out to their cost
Like those who curse their luck in too many places
And those who smile are lost

I know that the spades are the swords of a soldier
I know that the clubs are weapons of war
I know that diamonds mean money for this art
But that's not the shape of my heart
That's not the shape of my heart



************




La forma de mi corazón


Él reparte las cartas como una meditación
Y aquellos con los que juega nunca sospechan
Él no juega por el dinero que gana
Él no juega por el respeto
Él reparte las cartas para encontrar la respuesta
La geometría sagrada de la oportunidad
La oculta ley de resultado probable
Los números conducen una danza

Yo sé que las “espadas” son espadas de un soldado
Yo sé que los “bastos” son armas de guerra
Yo sé que los “diamantes” significan dinero para este arte
Pero esa no es la forma de mi corazón

Él puede jugar el “Jack” de diamantes
Él puede poner la “Reina” de espadas
Él puede encubrir un “Rey” en su mano
Mientras el recuerdo de eso desaparece

Yo sé que las “espadas” son espadas de un soldado
Yo sé que los “bastos” son armas de guerra
Yo sé que los “diamantes” significan dinero para este arte
Pero esa no es la forma de mi corazón
Esa no es la forma, la forma de mi corazón

Y si te dije que te amaba
Quizá pensarías que algo está mal
No soy un hombre de muchos rostros
La máscara que uso es una
Los que hablan no saben nada
Y descubrir a su costo
Como los que maldicen su suerte en muchos lugares
Y aquellos que sonríen están perdidos

Yo sé que las “espadas” son espadas de un soldado
Yo sé que los “bastos” son armas de guerra
Yo sé que los “diamantes” significan dinero para este arte
Pero esa no es la forma de mi corazón
Esa no es la forma de mi corazón.

sábado, 1 de octubre de 2011

Argo-Artística: Con y Contra(Wassily Kandinsky)

Obsequiemos a nuestros ojos el placer de disfrutar de un buen cuadro.









CON Y CONTRA
WASSILY KANDINSKY
1929




Kandinsky para la historia del arte, puede tener la misma trascendencia de Van Gogh. Es un imprescindible.
Se dice de él, que es el precursor del arte abstracto. Fue considerado en sus inicios como un impresionista tardío, pero no demoró mucho para trazar su propio rumbo artístico. Formas, lineas y color, por encima de volumen, lirismo y romanticismo.


miércoles, 28 de septiembre de 2011

Shot literario: El mejor cuento de futbol de todos los tiempos (Cuento por Roberto Fontanarrosa)








EL MEJOR CUENTO DE FÚTBOL DE TODOS LOS TIEMPOS




POR ROBERTO FONTANARROSA 



(Roberto Fontanarrosa 1944-2007) Cuentista y caricaturista argentino. Su tema más recurrente, el fútbol. Su pasión El club de fútbol Rosario Central. "El negro" como lo apodaban, nos legó para siempre, joyas como esta maravilla de cuento que hoy compartimos con nuestros queridos argonautas. A disfrutar pues.










Sí, yo sé que ahora hay quienes dicen que fuimos unos hijos de puta por lo que hicimos con el viejo Casale, yo sé. Nunca falta gente así. Pero ahora es fácil decirlo, ahora es fácil. Pero había que estar esos días en Rosario para entender el fato, mi viejo, que hablar al pedo ahora habla cualquiera.

Yo no sé si vos te acordás lo que era Rosario en esos días anteriores al partido. ¡Y qué te digo "esos días"! ¡Desde semanas antes ya se venía hablando del partido y la ciudad era una caldera, porque eso era lo que era la ciudad! Claro, los que ahora hablan son esos turros que después vos los veías por la calle gritando y saltando como unos desgraciados, festejando en pedo a los gritos y después ahora te salen con que son... ¿qué son?... moralistas... ¿De qué se la tiran, hijos de mil putas? Ahora son todos piolas, es muy fácil hablar. Pero si vos vieras lo que era la ciudad en esos días, hermano, prendías un fósforo y volaba todo a la mierda. No se hablaba de otra cosa en los boliches, en la calle, en cualquier parte. Saltaban chispas, te aseguro. Y la cosa arrancó con el fato de las cábalas. O mejor dicho, de los maleficios.

Hay que entender que no era un partido cualquiera, hermano, era una final final. Porque si bien era una semifinal, el que ganaba después venía a jugar a Rosario y le rompía el culo a cualquiera. Fuera Central como Ñul, acá le hacía la fiesta a cualquiera. ¡Y cómo estaban los lepra!

¡Eso, eso tendrían que acordarse ahora los que hablan al reverendo pedo y nos vienen a romper las pelotas con el asunto del viejo Casale! ¿No se acuerdan esos turros cómo estaban los lepra? ¿No se acuerdan ahora, mi viejo? Había que aguantarlos porque se corrían una fija, pero una fija se corrían, hermano, que hasta creo que se pensaban que nos iban a llenar la canasta. No que solo nos iban a hacer la colita sino que además nos iban a meter cinco, en el Monumental y para la televisión. ¡Pero por qué no se van a la concha de su madre! ¡Qué mierda nos van a hacer cinco esos culosroto! ¡Así se la comieron doblada! ¡Qué pija que tienen desde ese día y no se la pueden sacar!

Pero la verdad, la verdad, hermano, con una mano en el corazón, que tenían un equipazo, pero un equipazo, de padre y señor mío.

Hay que reconocerlo. Porque jugaban que daba gusto, el buen toque y te abrochaban bien abrochado. Estaba Zanabria, el Marito Zanabria; el Mono Obberti, ¡Dios querido, el Mono Obberti, qué jugador! Silva el que era de Lanús, el albañil. ¡Montes! Montes de cinco; Santamaría, el Cucurucho Santamaría, qué sé yo, era un equipazo, un equipazo hay que reconocer, y la lepra se corría una fija. ¿Sabés cuántos había en la ruta a Buenos Aires, el día del partido? Yo no sé, eran miles, millones, yo no sé de dónde habían salido tantos leprosos. Si son cuatro locos y de golpe, para ese partido, aparecieron como hormigas los desgraciados. Todos fueron. ¡Lo que era esa ruta, papito querido! Entonces, oíme, había que recurrir a cualquier cosa. Hay partidos que no podés perder, tenés que ganar o ganar. No hay tutía. Entonces si a mí me decían que tenía que matar a mi vieja, que había que hacer cagar al presidente Kennedy, me daba lo mismo, hermano. Hay partidos que no se pueden perder. ¿Y qué? ¿Te vas a dejar basurear por estos soretes para que te refrieguen después la bandera por la jeta toda la vida? No, mi viejo. Entonces, ahí, hay que recurrir a cualquier cosa. Es como cuando tenés un pariente enfermo ¿viste? tu vieja, por ejemplo, que por ahí sos capaz hasta de ir a la iglesia ¿viste? Y te digo, yo esa vez no fui a la iglesia, no fui a la iglesia porque te juro que no se me ocurrió, mirá vos, que si no... te aseguro que me confesaba y todo si servía para algo. Pero con los muchachos enganchamos con la cuestión de las brujerías, de la ruda macho, de enterrar un sapo detrás del arco de Fenoy, de tirar sal en la puerta de los jugadores de Ñubel y de todas esas cosas de que siempre se habla. Por supuesto que todas las brujas del barrio ya estaban laburando en la cosa y había muñecos con camiseta de Ñubel clavados con alfileres, maldiciones pedidas por teléfono y hasta mi vieja que no manya mucho del asunto tenía un pañuelo atado desde hacía como diez días, de esos de "Pilato, Pilato, si no gana Central en River no te desato". Después la vieja decía que habíamos ganado por ella, pobre vieja, si hubiera sabido lo del viejo Casale, pero yo le decía que sí para no desilusionarla a la vieja.

Pero todo el fato de la ruda macho y el sapo de atrás del arco eran, qué sé yo, cosas muy generales, ya había tipos que lo estaban haciendo y además, el partido era en el Monumental y no te vas a meter en la pista olímpica a enterrar un sapo porque vas en cana con treinta cadenas y no te saca ni Dios después, hermano. Entonces, me acuerdo que empezamos con la cosa de las cábalas personales. Porque me acuerdo que estábamos en el boliche de Pedro y veníamos hablando de eso. Entonces, por ejemplo, resolvimos que a Buenos Aires íbamos a ir en el auto del Dani porque era el auto con el que habíamos ido una vez a La Plata en un partido contra Estudiantes y que habíamos ganado dos a cero. Yo iba a llevar, por supuesto, el gorrito que venía llevando a la cancha todos los últimos partidos y no me había fallado nunca el gorrito. A ese lo iba a llevar, era un gorrito milagroso ese. El Coqui iba a ir con el reloj cambiando de lugar, o sea en la muñeca derecha y no en la izquierda, porque en un partido contra no sé quién se lo había cambiado en el medio tiempo porque íbamos perdiendo y con eso empatamos. O sea, todo el mundo repasó todas las cábalas posibles como para ir bien de bien y no dejar ningún detalle suelto. Te digo más, estuvimos como media hora discutiendo cómo mierda estábamos parados en la tribuna en el partido contra Atlanta para pararnos de la misma manera en el partido contra la lepra; el boludo de Michi decía que él había estado detrás del Valija y el Miguelito porfiaba que el que había estado detrás del Valija era él. Mirá vos, hasta eso estudiamos antes del partido, para que veas cómo venía la mano en esos días. ¿Y sabés qué te lleva a eso, hermano, sabés qué te lleva a eso? El cagazo, hermano, el cagazo, el cagazo te lleva a hacer cualquier cosa, como lo que hicimos con el viejo Casale.

Porque si llegábamos a perder, mamita querida, nos teníamos que ir de la ciudad, mi viejo, nos teníamos que refugiar en el extranjero, te juro, no podíamos volver nunca más acá. Íbamos a parecer esos refugiados camboyanos que se tomaron el piro en una balsa. Te juro que si perdíamos nosotros agarrábamos el Ciudad de Rosario y por acá, por el Paraná, nos teníamos que ir todos, millones de canallas, no sé, a Diamante, a Perú, a Cuzco, a la concha de su madre, pero acá no se iba a poder vivir nunca más con la cargada de los leprosos putos, mi viejo. Ya el Miguelito había dicho bien claro que él se la daba, que si perdíamos agarraba un bufo y se volaba la sabiola y te digo que el Miguelito es capaz de eso y mucho más porque es loco el Miguelito, así que había que creerle. O hacerse puto, no sé quién había comentado la posibilidad de hacerse trolo y a otra cosa mariposa, darle a las plumas y salir vestido de loca por Pellegrini y no volver nunca más a la casa. Pero, te digo, nadie quería ni siquiera sentir hablar de esa posibilidad. Ni se nombraba la palabra "derrota".

Era como cuando se habla del cáncer, hermano. Vos ves que por ahí te dicen "la papa", o "tiene otra cosa", "algo malo", pero el cangrejo, mi viejo, no te lo nombra nadie. Y ahí fue cuando sale a relucir lo del viejo Casale.

El viejo Casale era el viejo del Cabezón Casale, un pibe que siempre venía al boliche y que durante años vino a la cancha con nosotros, pero que ya para ese entonces se había ido a vivir al norte, a Salta, creo, lo vi hace poco por acá, que estaba de paso. Y ahí fue que nos acordamos de que un día, en la casa del Cabezón, el viejo había dicho que él nunca, pero nunca, lo había visto perder a Central contra Ñul. Me acuerdo que nos había impresionado porque ese tipo era un privilegiado del destino. Aunque al principio vos te preguntás, "¿Cómo carajo hizo este tipo para no verlo perder nunca a Central contra Ñul? ¿Qué mierda hizo? Este coso no va nunca a la cancha". Porque, oíme, alguna vez lo tuviste que ver perder, a menos que no vayás a los clásicos. Y ojo que yo conozco muchos así, que se borran bien borrados de los clásicos. O que van en Arroyito, pero que a la cancha del Parque no van en la puta vida. Y me acuerdo que le preguntamos eso al viejo y el viejo nos dijo que no, y nos explicó. El iba siempre, un fana de Central que ni te cuento, pero se había dado, qué sé yo, una serie de casualidades que hicieron que en un montón de partidos con Ñul él no pudiera ir por un montón de causas que ni me acuerdo. Que estaba de viaje por Misiones —el viejo era comisionista—; que ese día se había torcido un tobillo y no podía caminar, que estaba engripado, que le dolía un huevo, qué sé yo, en fin, la verdad, hermano que el viejo la posta posta era que nunca le había tocado ver un partido en que la lepra nos hubiera roto el orto. Era un privilegiado el viejo y además, un talismán, querido, porque así como hay tipos mufa que te hacen perder partidos adonde vayan, hay otros que si vos los llevás es número puesto que tu equipo gana. No es joda. Y el viejo Casale era uno de estos, de los ojetudos.

Entonces ahí nos dijimos "Este viejo tiene que estar en el Monumental contra Ñubel. No puede ser de otra forma. Tiene que estar".

Claro, dijimos, seguro que va a estar, si es fana de Central, canalla a muerte. Pero nos agarró como la duda ¿viste? porque nosotros no era que lo veíamos todos los días al viejo, te digo más, desde que el Cabezón se había ido al norte a laburar, al viejo de él no lo habíamos vuelto a ver ni en la cancha, ni en la calle ni en ninguna parte. Además, el viejo ya estaba bastante veterano porque debía tener como ochenta pirulos por ese entonces. Bah, en realidad ochenta no, pero sus sesenta, sesenta y cinco años los tenía por debajo de las patas.

Entonces, con el Valija, el Colorado y el Miguelito decimos "vamos a la casa del viejo a asegurarnos que va y si no va lo llevamos atado". Porque también podía ser que el viejo no fuera porque no tuviera guita, qué sé yo. Nosotros ya habíamos pensado en hacer una rifa a beneficio, una kermesse, cualquier cosa. El viejo tenía que ir, era una bandera, un cheque al portador.

La cuestión es que vamos a la casa y... ¿a qué no sabés con lo que nos sale el viejo? Que andaba mal del bobo y que el médico le había prohibido terminantemente ir a la cancha, mirá vos. Nos sale con eso. Que no. Que había tenido un infarto en no sé qué partido, en un partido de mierda después que una pelota pegó en un palo, que había estado muerto como media hora y lo habían salvado entre los indios con respiración artificial y masajes en el cuore, que no había clavado la guampa de puro pedo y que le había quedado tal cagazo que no había vuelto a ir a la cancha desde hacía ya, mirá lo que te digo, dos años.

¡Hacía dos años que no iba a la cancha el viejo ese! Y no era solo que él no quería ir sino que el médico y, por supuesto, la familia, le tenían terminantemente prohibido ir, lógicamente. No sé si no le prohibían incluso escuchar los partidos por radio, no sé si no se lo prohibían, para que no le pateara el bobo, porque parece que el viejo escuchaba un pedo demasiado fuerte y se moría, tan jodido andaba. Vos le hacías ¡Uh! en la cara y el viejo partía. ¡Para qué! Te imaginás nosotros, la desesperación, porque eso era como un presagio, un anuncio del infierno, hermano, era un preanuncio de que nos iban a hacer cagar en Buenos Aires, mi viejo. Entonces empezamos a tratar de hacerle la croqueta al viejo, a convencerlo, a decirle "Pero mire, don Casale, usted tiene que estar, es una cita de honor. ¡Qué va a estar mal usted del cuore, si se lo ve cero kilómetro! Vamos, don Casale —me acuerdo que lo jodía Miguelito—, ¿cuántos polvos se echa por día? Usted está hecho un toro". Pero el viejo, ni mierda, en la suya. Que no y que no.

Le decíamos que el partido iba a ser una joda, que Ñubel tenía un equipo de mierda y que ya a los quince minutos íbamos a estar tres a cero arriba, que el partido era una mera formalidad, que el gobierno ya había decidido que tenía que ganar Central para hacer feliz a mayor cantidad de gente. No sé, no sé la cantidad de boludeces que le dijimos al viejo para convencerlo. Pero el viejo nada, una piedra el hijo de puta. Para colmo ya habían empezado a rondar la mujer del viejo, madre del Cabezón, y una hermana del Cabezón, que querían saber qué carajo queríamos decirle nosotros al viejo en esa reunión, porque medio que ya se sospechaban que nosotros no íbamos para nada bueno. En resumen que el viejo nos dijo que no, que ni loco, que ni siquiera sabía si iba a poder resistir la tensión de saber que se jugaba el partido, aun sin escucharlo. Porque el viejo los diarios los leía, tan boludo no era, y sabía cómo venía la mano, cómo era la cosa, cómo formaban los equipos, suplentes, historial, antecedentes, chaquetillas, color, todo. Nos dijo más. "Ese día —nos dijo— bien temprano, antes de que empiecen a pasar los camiones y los ómnibus con la gente yendo para Buenos Aires, yo me voy a la quinta de un hermano mío que vive en Villa Diego". No quería escuchar ni los bocinazos el viejo. "Me voy tempranito a lo de mi hermano, que a mi hermano le importa un sorete el fútbol, y me paso el día ahí, sin escuchar radio ni nada". Porque el viejo decía y tenía razón, que si se quedaba en la casa, por más que se encerrara en un ropero, algo iba a oír, algún grito, algún gol, alguna cosa iba a oír, pobre desgraciado, y se iba a quedar ahí mismo seco en el lugar. Así que se iba a ir a radicar en la quinta de ese hermano que tenía, para borrarse del asunto.

Muy bien, muy bien. Te digo que salimos de allí hechos bosta porque veíamos que la cosa venía muy mal. Casi era ya un dato seguro como para decir que éramos boleta. Para colmo, al Valija, el día anterior le había caído una tía del campo y él se acordaba que, en un partido que perdimos con San Lorenzo, esa misma tía le había venido el día antes. Era un presagio funesto el de la tía.

Fue cuando decidimos lo del secuestro. Nos fuimos al boliche y esa noche lo charlamos muy seriamente. El Dani decía que no, que era una barbaridad, que el viejo se nos iba a morir en el viaje, o en la cancha, y que después se iba a armar un quilombo que íbamos a terminar todos en cana y que, además, eso sería casi un asesinato. Pero al Dani mucha bola no le dimos porque ha sido siempre un exagerado y más que un exagerado, medio cagón el Dani. Pero nosotros estábamos bien decididos y más que nada por una cosa que dijo el Valija: el viejo estaba diez puntos. Había tenido un infarto, es cierto. Pero hay miles de tipos que han tenido un infarto y vos los ves caminando tranquilamente por la yeca y sin hacer tanto quilombo como este viejo pelotudo, con eso de meterse adentro de un ropero, o no ir a la cancha, o dejar que te rigoree la familia como la esposa y la otra, la hermana del Cabezón. Por otra parte, y vos lo sabés, los médicos son unos turros, pero unos turros que se ve que lo querían hacer durar al viejo mil años para sacarle guita, hacerle experimentos y chuparle la sangre. Y además, como decía el Miguelito y eso era cierto, vos lo veías al viejo y estaba fenómeno. Con casi sesenta años no te digo que parecía un pendejo, pero andaba lo más bien. Caminaba, hablaba, se sentaba, qué sé yo, se movía. ¡Chupaba! Porque a nosotros nos convidó con Cinzano y el viejo se mandó su medidita, no te digo un vasazo, pero su medidita se mandó. La cosa es que el Miguelito elaboró una teoría que te digo, aún hoy, no me parece descabellada. ¡El viejo era un turro, hermano! Un turrazo que especulaba con el fato del bobo para pasarla bien y no laburarla nunca más en la vida de Dios. Con el sover del bobo no ponía el lomo, lo atendían a cuerpo de rey y —la tenía a la vieja y a la hermana del Cabezón pendientes de él— viviendo como un bacán, el viejo. Y... ¿de qué se privaba? De algún faso; que no sé si no fasearía escondido; y de no ir a la cancha. Fijate vos, eso era todo. Y vivía como Carolina de Mónaco el otario. Bueno, con ese argumento y lo que dijo el Colorado se resolvió todo.

El Colorado nos habló de los grandes ideales, de nuestra misión frente a la sociedad, de nuestro deber frente a las generaciones posteriores, los pendejos. Nos dijo que si ese partido se perdía, miles y miles de pendejos iban a sufrir las consecuencias. Que, para nosotros, y eso era verdad, iba a ser muy duro, pero que nosotros ya estábamos jugados, que habíamos tenido lo nuestro y que, de últimas, teníamos experiencias en malos ratos y fulerías. Pero los pibes, los pendejitos de Central, esos, iban a tener de por vida una marca en sus vidas que los iba a marcar para siempre, como un fierro caliente. Que las cargadas que iban a recibir esos pibes, esas criaturas, en la escuela, los iban a destrozar, les iban a pudrir el bocho para siempre, iban a ser una o dos generaciones de tipos hechos bolsa, disminuidos ante los leprosos, temerosos de salir a la calle o mostrarse en público. Y eso es verdad, hermano, porque yo me acuerdo lo que eran las cargadas en la escuela primaria, sobre todo.

Yo me acuerdo cuando perdimos cinco a tres con la lepra en el Parque después de ir ganando dos a cero, cuando se vendió el Colorado Bertoldi, que todavía se estará gastando la guita, y te juro que yo por una semana no me pude levantar de la cama porque no me atrevía a ir a la escuela para no bancarme la cargada de los lepra. Los pibes son muy hijos de puta para la cargada, son muy crueles. ¿No viste cómo descuartizan bichos, que agarran una langosta y le sacan todas las patas? Son unos hijos de puta los pibes en ese sentido. Y lo que decía el Colorado era verdad. Ahora todo el mundo habla de la deuda externa, y bueno, hermano, eso era algo así como lo de la deuda externa, que por la cagada de cuatro reverendos hijos de puta que empeñaron el país, la tenemos que pagar todos y los hijos y los hijos de nuestros hijos. Y si estaba en nosotros hacer algo para que eso no pasara, había que hacerlo, mi querido. Además, como decía el Colorado, ya no era el problema de la cargada de los pendejos ñubelistas, está también el fato del exitismo. Los pibes ven que gana un equipo y se hacen hinchas de ese equipo, son así, casquivanos. Son hinchas del campeón. Entonces, ponele que hubiese ganado Ñubel y... ¡a la mierda! ... de ahí en más todos los pibes se hacían de Ñubel, ponele la firma. Y no te vale de nada llevarlos a la cancha, conversarlos, hablarles del Gitano Juárez o el Flaco Menotti, ni comprarles la camiseta de Central apenas nacen. No te vale de nada. Los pendejos ven que sale River campeón y son de River. Son así. Y en ese momento no era como ahora que, mal que mal, vos los llevás al Gigante y los pibes se caen de culo. Entonces, cuando van al chiquero del Parque, por mejor equipo que pueda tener Ñul, los pibes piensan "Yo no puedo ser hincha de esta villa miseria" y se hacen de Central. Porque todo entra por los ojos y vos ves que ahora los pibes por ahí ni siquiera han visto jugar a Central o a Ñul y ya se hacen hinchas de Central por el estadio. Es otra época, los pendejos son más materialistas, yo no sé si es la televisión o qué, pero la cosa es que se van de boca con los edificios.

Entonces la cosa estaba clara, había que secuestrar al viejo Casale, o si no aguantarse que quince, veinte años después, hoy, por ejemplo, la ciudad estuviese llena de leprosos nacidos después de ese partido, y esto hoy, ¿sabés lo que sería? Beirut sería un poroto al lado de esto, hermano, te juro.

El que organizó la "Operación Eichmann", como la llamamos, fue el Colorado. La llamamos así porque ese general alemán, el torturador, que se chorearon de acá una vez los judíos ¿viste? y lo nuestro era más o menos lo mismo. El Colorado es un tipo muy cerebral, que le carbura muy bien el bocho y él organizó todo. El Colorado ya no estaba para ese entonces en la O.C.A.L. La O.C.A.L., no sé si sabés, es una organización de acá, de Rosario, que se llama así porque son iniciales, O.C.A.L. "Organización Canalla Anti Lepra". Son un grupo de ñatos como el Ku-Klux-Klan, más o menos, que se reúnen en reuniones secretas y no sé si no van con capucha y todo a las reuniones, o si queman algún leproso vivo en cada reunión. Mirá, yo no sé si es requisito indispensable ser hincha de Central, pero seguro seguro, lo que tenés que hacer es odiar a los lepra. Tenés que odiar más a los lepra que lo que querés a Central.

Hacen reuniones, escriben el libro de actas, piensan maldades contra los lepra, festejan fechas patrias de partidos que les hemos ganado, tienen himnos, son como esos tipos, los masones esos, que nadie sabe quiénes son. Andan con antorchas. Bueno, de la O.C.A.L., de la O.C.A.L. al Colorado lo echaron por fanático, con eso te digo todo. Pero es un bocho el Colorado y él fue el que organizó todo el operativo.

Y te la cuento porque es linda, te la cuento porque es linda, no sé si un día de estos no aparece en el Selecciones y todo. Averiguamos qué ómnibus iba para Villa Diego, adonde tenía la quinta el hermano del viejo Casale. Desde donde vivía el viejo, ahí por San Juan al mil cuatrocientos, lo único que lo dejaba en ese entonces, si mal no recuerdo, era el 305 que pasaba por la calle San Luis. O sea que el viejo tenía que tomarlo en San Luis-Paraguay o San Luis-Corrientes, no más allá de eso a menos que fuera muy pelotudo y lo fuera a tomar a Bulevar Oroño que no sé para qué mierda iba a hacer eso. Ahora, la duda era si el viejo se iba a ir en ómnibus o en auto, porque si se iba en auto nos recagaba, pero nos jugábamos a que se iba a ir en ómnibus porque auto no tenía y seguro que el hermano tampoco tenía porque debía ser un muerto de hambre como él, seguramente. Y te digo que la cosa venía perfecta, porque el viejo nos había dicho que iba a salir bien temprano para no infartarse con las bocinas, o sea que nosotros podíamos combinarlo con el horario de salida nuestra para el partido. Porque también nos cagaba si salía a la una de la tarde para Villa Diego, porque después ¿cómo llegábamos nosotros a Buenos Aires para la hora del partido con el quilombo que era la ruta y en un ómnibus de línea? Lo más probable es que nos hiciéramos pelota en el camino por ir a los pedos. Y por otra parte, hermano, Villa Diego queda saliendo para Buenos Aires o sea que la cosa estaba clavada, era posta posta.

Después hubo que hablar con los otros muchachos, porque convencer al Rulo no nos costó nada, a él le daba lo mismo y, además, le contamos los entretelones del asunto. Te digo que el Colora manejó la cosa como un capo, un maestro. El asunto era así, el Rulo es un fana amigo de Central que tiene un par de ómnibus, está muy bien el Rulo. Y en esa época tenía un par de coches en la línea 305. Fue un ojete así de grande, porque si no teníamos que conseguir otro coche, cambiarle el color, pintarlo, qué sé yo, ponerle el número, un laburo bárbaro. Pero el Rulo tenía dos 305 y con uno de esos ya tenía pensado pirarse para el Monumental el día del partido y más bien que se llevaba como mil monos que también iban para allá. Lo sacaba de servicio y que se fueran todos a la reputísima madre que los parió, no iba a perderse el partido ese.

Entonces, el Rulo, con los monos arriba y nosotros, tenía que estar con el ómnibus preparado, el motor en marcha, por España, estacionado. Y el Miguelito se ponía de guardia, tomando un café, justo en un boliche de ahí cerca desde donde veían la puerta de la casa del viejo Casale. Creo que a las cinco, nomás, de la matina, ya estaba el Miguelito apostado en el boliche haciéndose el boludo y junando para la casa del viejo. Te juro que ni los tupamaros hubieran hecho un operativo como ese, hermano. Fue una maravilla.

Apenas vio que salía el viejo con una canastita donde seguro se llevaba algún matambre casero, algo de eso, el pobre viejo, el Miguelito cazó una Vespa que tenía en ese entonces, dio la vuelta a la manzana y nos avisó. Cargó la moto en el ómnibus, en la parte de atrás, detrás de los últimos asientos y nos pusimos en marcha.

Ya les habíamos dicho a tres o cuatro pendejos, de esos quilomberos de la barra, que se hicieran bien los sotas, que no dijeran ni media palabra y se hicieran los que apoliyaban. Nosotros también, para que no nos reconociera el viejo, estábamos en los asientos traseros, haciéndonos los dormidos, incluso con la cara tapada con algún pulóver, como si nos jodiera la luz, o con algún piloto.

Te digo que el día había amanecido frío y lluvioso, como la otra fecha patria, el 25 de mayo. Además, el quilombo había sido guardar y esconder todas las banderas, las cornetas, las bolsas con papelitos, los termos, todo eso. Uno de los muchachos llevaba una bandera de la gran puta que medía 52 metros; ¡52 metros, loco! Media cuadra de bandera que decía "Empalme Graneros presente" y tuvimos que meterla debajo de un asiento para que el viejardo no la vichara.

La cosa es que el viejo subió medio dormido y se sentó en uno de los asientos de adelante que ya habíamos dejado libre a propósito para que no viera mucho del ómnibus. Rulo le cobró boleto y todo. Y nadie se hablaba como si no nos conociéramos. Y como el ómnibus iba haciendo el recorrido normal, el viejo iba lo más piola, mirando por la ventanilla. La cuestión es que llegamos a Villa Diego y el viejo, tranquilo. Cada tanto, cuando nos pasaba algún auto con banderas en el techo, tocando bocina, el viejo miraba a los que tenía cerca y movía la cabeza como diciendo "¡Mirá vos!".

Se ve que tenía unas ganas de hablar pero nadie quería darle mucha bola para no pisarse en una de esas. Así que nos hacíamos todos los dormidos. Parecía que habían tirado un gas adentro de ese ómnibus, hermano. Como cuando se muere algún ñato ¿viste? que se queda a apoliyar en el auto con el motor prendido y lo hace cagar el monóxido de carbono, creo. Bueno, así parecía que a nosotros nos había agarrado el monóxido de carbono. Pero, cuando llegamos a Villa Diego, por ahí el viejo se levanta y le dice al Rulo "En la esquina, jefe". Y yo no sé qué le dijo el Rulo, algo de que ahí no se podía parar, que estaba cerrado el tráfico, que había que seguir un poco más adelante y el viejo se la comió, pero se quedó paradito al lado de la puerta. Al rato, por supuesto, de nuevo el viejo, "En la esquina". Ahí ya el Rulo nos miró, porque se le habían acabado los versos. Y ahí, hermano... ¡vos no sabés lo que fue eso! Fue como si nos hubiésemos puesto todos de acuerdo y te juro que ni siquiera lo habíamos hablado. Empezaron los muchachos a desplegar las banderas, a sacar las cornetas y las banderas por la ventana, y a los gritos, hermano, "¡Soy canalla, soy canalla!" por las ventanas.

Pero no para el lado del viejo, el pobre viejo, que la cara que puso no te la puedo describir con palabras, sino para afuera, porque los grones, con lo quilomberos que son, se habían ido aguantando hasta ahí sin gritar ni armar quilombo para no deschavarse con el viejo, pero cuando llegó el momento agarraron las banderas, empezaron a sacar los brazos y golpear las chapas del costado del ómnibus y también el Rulo empezó a seguir el ritmo con la bocina.

¿Viste esas películas de cowboy, cuando los choros van a asaltar una carreta donde parece que no hay nadie, o que la maneja nada más que un par de jovatos y de golpe se abren los costados y aparecen 17.000 soldados que los cagan a tiros? ¿Que levantan la lona y estaban todos adentro haciéndose los sotas? Bueno, ese ómnibus debió ser algo así. De golpe se transformó en un quilombo, un escándalo, una de gritos, de bocinazos, cornetas, una joda. ¡Y la gente al lado de la ruta! Porque desde la madrugada ya había gente a los costados de la ruta esperando que pasaran las caravanas de hinchas. Era para llorar, eso, conmovedor, te saludaban, gritaban, levantaban los puños, por ahí algún lepra, a las perdidas, te tiraba un cascotazo... Pero vuelvo al viejo, el viejo, no sabés la caripela que puso. Porque nosotros lo estábamos mirando porque decíamos: este es el momento crucial. Ahí el viejo o cagaba la fruta, el corazón se le hacía bosta, o salía adelante. El viejo miraba para atrás, a todos los monos que saltaban y cantaban y no lo podía creer. Se volvió a sentar y creo que hasta San Nicolás no volvió a articular palabra. Te digo que el Rábano, el hijo de la Nancy, ya se había ofrecido a hacerle respiración boca a boca llegado el caso, que era algo a lo que todos, mal que mal, le habíamos esquivado el bulto porque, qué sé yo, te da un poco de asco, además con un viejo.

Pero mirá, te la hago corta. Mirá, cuando el viejo ya vio que no había arreglo, que no había posibilidad de que lo dejáramos bajar del ómnibus, se entregó, pero se entregó entregó. Porque, al principio, nosotros nos acercamos y nos reputeó, nos dijo que éramos unos irresponsables, unos asesinos, que no teníamos conciencia, que era una vergüenza, qué sé yo todo lo que nos dijo. Pero después, cuando nosotros le dijimos que él estaba perfecto, que estaba hecho un toro, que si se había bancado la sorpresa del ómnibus quería decir que ese cuore se podía bancar cualquier cosa, empezó a tranquilizarse. El Colorado llegó a decirle que todo era una maniobra nuestra para demostrarle que él estaba perfectamente sano y que incluso el médico estaba implicado en la cosa.

Mirá, hermano, y creéme porque es la pura verdad ¿qué intención puedo tener en mentirte, hoy por hoy

, mucho antes ya de entrar en Buenos Aires ese viejo era el más feliz de los mortales, te lo digo yo y te lo juro por la salud de mis hijos. El viejo cantaba, puteaba, chupaba mate, comía facturas, gritaba por la ventana y a la cancha se bajó envuelto en una bandera. No había, en la hinchada, un tipo más feliz que él. Vino con nosotros a la popu y se bancó toda la espera del partido, que fue más larga que la puta que lo parió y después se bancó el partido. Estaba verde, eso sí, y había momentos en que parecía que vos lo pinchabas con un alfiler y reventaba como un sapo, porque yo lo relojeaba a cada momento. Y después del gol del Aldo, yo lo busqué, lo busqué, porque fue tal el quilombo y el desparramo cuando el Aldo la mandó adentro que yo ni sé por dónde fuimos a caer entre las avalanchas y los abrazos y los desmayos y esas cosas. Pero después miré para el lado del viejo y lo vi abrazado a un grandote en musculosa casi trepado arriba del grandote, llorando. Y ahí me dije: si este no se murió aquí, no se muere más. Es inmortal. Y después ni me acordé más del viejo, que lo que alambramos, lo que cortamos clavos, los fierros que cortamos con el upite, hermano, ni te la cuento. Eso no se puede relatar, hermano, porque rezábamos, nos dábamos vueltas, había gente que se sentaba entre todo ese quilombo porque no quería ni mirar. Porque nos cagaron a pelotazos, ya el segundo tiempo era una cosa que la tenían siempre ellos y ¿sabés qué era lo fulero, lo terrible? ¡Que si nos empataban nos ganaban, hermano, porque esa es la justa! ¡Nos ganaban esos hijos de puta! ¡Nos empataban, íbamos a un suplementario y ahí nos iban a hacer refocilar el orto porque estaban más enteros y se venían como un malón los guachos! ¡Qué manera de alambrar! Decí que ese día, Dios querido, yo no sé que tenía el flaco Menotti que sacó cualquier cosa, sacó todo, vos no quieras creer lo que sacó ese día ese flaco enclenque que parecía que se rompía a pedazos en cada centro. Le sacó un cabezazo de pique al suelo a Silva que lo vimos todos adentro, hermano, que era para ir todos en procesión y besarle el culo al flaco ese, ¡qué pelota le sacó a Silva! Ahí nos infartamos todos, faltaban cinco minutos y si nos empataban, te repito, éramos boleta en el suplementario. Me acuerdo que miro para atrás y lo veo al viejo, blanco, pálido, con los ojos desencajados, pobrecito, pero vivo. Y ahora yo te digo, te digo y me gustaría que me contesten todos esos que ahora dicen que fue una hijaputez lo que hicimos con el viejo Casale ese día. Me gustaría que alguno de esos turritos me contestara si alguno de ellos lo vio como lo vi yo al viejo Casale cuando el referí dio por terminado el partido, hermano. Que alguno me diga si, de puta casualidad, lo vio al viejo Casale como lo vi yo cuando el referí dio por terminado el partido y la cancha era un infierno que no se puede describir en palabras. Te digo que me gustaría que alguien me diga si alguien lo vio como lo vi yo. ¡La cara de felicidad de ese viejo, hermano, la locura de alegría en la cara de ese viejo! ¡Que alguien me diga si lo vio llorar abrazado a todos como lo vi llorar yo a ese viejo, que te puedo asegurar que ese día fue para ese viejo el día más feliz de su vida, pero lejos lejos el día más feliz de su vida, porque te juro que la alegría que tenía ese viejo era algo impresionante! Y cuando lo vi caerse al suelo como fulminado por un rayo, porque quedó seco el pobre viejo, un poco que todos pensamos: "¡Qué importa!" ¡Qué más quería que morir así ese hombre! ¡Esa es la manera de morir para un canalla! ¿Iba a seguir viviendo? ¿Para qué? ¿Para vivir dos o tres años rasposos más, así como estaba viviendo, adentro de un ropero, basureado por la esposa y toda la familia? ¡Más vale morirse así, hermano! Se murió saltando, feliz, abrazado a los muchachos, al aire libre, con la alegría de haberle roto el orto a la lepra por el resto de los siglos! ¡Así se tenía que morir, que hasta lo envidio, hermano, te jur
o, lo envidio! ¡Porque si uno pudiera elegir la manera de morir, yo elijo esa, hermano! Yo elijo esa. 








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