jueves, 4 de febrero de 2010

Ocurrió así (Cuento por Alan Corvis)

Ocurrió así


Ahí estaba yo. Al pie del cuadrilátero viendo como le  propinaban una soberana paliza a  quien había apostado yo más de tres años de mis ahorros. Moría de desesperación;  creo, me había comido ya más de  cinco uñas enteras mientras “Mano de piedra” Gonzales mataba a golpes a mi peleador.
Yo veía entre cada punch y cada gancho a la quijada, irse tristemente a chorros mi dinero.  El knockout era inminente ya, y yo desesperado lloraba mi increíble mala fortuna, ¿Pero cómo era posible que se quedara así? Sin levantar los brazos por lo menos, ¡es que parecía muerto en vida el pelmazo.  Yo no pude soportar más aquella situación. y lo que logro recordar ahora de aquel momento, es que unos segundos después, cuando finalmente logré reaccionar de entre una extraña bruma mental, me vi dentro del ring noqueando con mis propios puños al mano de piedra Gonzales que se protegía infructuosamente ante aquel súbito ataque mientras un racimo de gigantescos guardias llovían raudos sobre mí tratando desesperadamente neutralizarme. Ahora le pregunto señor municipal: ¿qué más podía  yo hacer?, ¿dejar que el gran hijo de puta se llevara  mi dinero?



LOS MIEDOS DE AURELIO

Los Miedos De Aurelio



El partido sólo llevaba 12 minutos y en esa taberna del centro de la ciudad un grupo de trasnochadores alcohólicos disfrazados de hinchas se comían las uñas al ver que su equipo ya perdía un gol por cero. Con Los tiburones siempre se sufría y como en el amor, Aurelio estaba acostumbrado a sufrir. Su caso era el del amante que no concebía la pasión sin algo de dolor, tristeza y desengaño.



La había conocido por casualidad en un bar ochentero; comenzaron a dialogar sobre el clima para romper el hielo, luego sobre filosofía, el primer amor de María Juana, el maravilloso sabor y efecto de varios “cuba libre”, hasta terminar empañando los vidrios y humedeciendo la cojinería de un carro prestado.



Terminó el primer tiempo y el partido persistía con igual marcador. Todos fumaban y bebían como locos, el dueño del establecimiento, un árabe con camisa floreada, hizo sonar salsa de “Lavoe” buscando suavizar el ambiente que empezaba a tornarse tenso. Aurelio no se inmutaba ni emitía palabra, a diferencia de sus amigos que no paraban de hablar aparentemente eufóricos. Por su cabeza circulaban tres grandes miedos: Que perdieran la final los tiburones y así mismo el enervado amor de María Juana. El otro siempre había estado ahí: La aparición repentina de la muerte.



Durante las primeras semanas la pasión entre ambos fue inagotable, casi no hablaban, se hacían entender a través de caricias, deshidratadores besos, miradas cómplices y sexo en todas las formas, en la mañana, al medio día, en el cajero automático, en el baño de un restaurante, en el piso de la cocina y por supuesto en la playa. Fumaban, bebían y cantaban canciones de” Jarabe De Palo”. Hasta ahí no había ocurrido una sola discusión. Empero, interiormente el temor de Aurelio aumentaba esperando el golpe certero y al corazón, que provoca la desilusión de un enamoramiento en agonía.



Necesitaban empatar para quedar campeones. Los amigos de Aurelio anhelaban el triunfo para amanecer borrachos, esta vez con una muy buena excusa. Sólo faltaban cinco minutos y la esperanza se agotaba como esa media de aguardiente. Aurelio continuaba inmóvil como una momia, con los brazos cruzados, preguntándose por el devenir de su relación soñada, apretando el culo con cada jugada de peligro que su equipo del alma generaba.



Una noche de confesiones revelaron uno al otro su pasado sexual, Aurelio exageró un poco y quizás María Juana también, sobre todo cuando ella le contó que en quinto semestre, borracha hasta el cogote, había hecho un trió con dos amigos. Aurelio fingió no impresionarse, aunque por dentro un hormigueo de machismo genético le carcomía el orgullo. Terminó contándole que él también lo había hecho, pero omitiendo del relato que había sido con dos prostitutas que terminaron atracándolo cuando se durmió.



Sonó el pitazo final y nunca se logró empatar. El rótulo de subcampeón o perdedor, que es lo mismo, pesaba sobre las espaldas de los tiburones. Una discusión se armó en ese cuchitril del centro, las botellas comenzaron a reventarse contra las paredes; Una se estrelló contra la cabeza de Aurelio dejándolo inconsciente y la sangre le cubrió el rostro. Horas más tarde despertó en una clínica, había soñado con María Juana. Estaban en la playa disfrutando del atardecer al calor de una botella de vino. Una enfermera le alumbró los ojos con una pequeña linterna. Una voz conocida le susurró al oído, era María Juana diciéndole: Vamos para mi casa tiburón.


Aurelio.

LUNA DESAFORADA

Luna Desaforada

“Para mi bella María Juana”

Esas noches su sueño era inquieto, hablaba dormida, balbuceaba inentendibles palabras que a veces se convertían en frases enteras. Se movía de un lado para otro como una hormiguita en un tarro de azúcar, inquieta, acorralada por la gula de aquí para allá, temerosa de permanecer por el resto de sus días en una jaula de porcelana colmada de placer, condenada a tener para siempre como única compañía una cucharita de plata que entra y sale, a veces untada de café o té; mañana, tarde y noche. Mientras el sueño de Morfeo se hacía más punzante la observaba entre pestañas, parecía tranquila, como cuando bailaba en esas fiestas de la playa, sin zapatos, sintiendo la arena entre sus dedos, escondida a través de sus lentes oscuros, con esa cara de satisfacción que pocos habían visto o al menos valorado, moviendo las caderas lujuriosamente, alborotando hombros y pechos, provocando a los pescadores que se alistaban para tirar las redes que necesitaban llenas. Saboreando cada milímetro del humo dulce y risueño, besándome. Tomando de ese ron añejo con una araña que escalaba hasta la punta misma de la gloria, saboreándose ante cada bocado de la vida. Invitando a una ronda de cumbia y tambo’, incitando a la flauta de millo. Sudada, hermosa. Al otro día despertó alterada, algo triste, mientras contaba el mal sueño de la noche anterior, la causa del enojo inconsciente, de la movilidad continúa e intensa, las frases cuyo idioma parecían arameo antiguo. Se arrimaba a mi pecho buscando una caricia que yo le daba presto y ansioso, esperando escuchar las causas de la fragilidad inconsciente. Quizás un mal momento de la infancia acompañado de violencia, el temor ante una hecatombe nuclear, un acceso carnal indeseado, la frustración por cualquier cosa, una comida pesada antes de dormir, la botella de vino acabada, una mascota que nunca más regreso. Finalmente volvía a dormirse. Esta vez tranquila, imperturbable como la mar después de la lluvia. De noche habrá otra fiesta con fogata y cumbia, también porro y ron. Ella bailara hasta el cansancio con la arena colándose entre sus dedos y la briza rozando sus mejillas. Más tarde, cuando estemos desnudos en la cama nos revolcaremos hasta resbalarnos con nuestro sudor. Ella será mi ninfa y yo el Dios Pan que la persigue, calienta y observa, incluso en sueños y pesadillas.


Aurelio.

martes, 2 de febrero de 2010

Qué posee quien ama? (F. Pessoa - A. Caeiro)

Quien ama nunca sabe por qué ama

(por Fernando Pessoa) 

 

Creo en el mundo como en una margarita
porque lo veo.
Pero no pienso en él,
porque pensar es no comprender.
El mundo no se ha hecho para que pensemos en él
(pensar es estar enfermo de los ojos)
sino para que lo miremos y estemos de acuerdo…
Yo no tengo filosofía: tengo sentidos…
Si hablo de la naturaleza
no es porque sepa lo que es
sino porque la amo, y la amo por eso,
porque quien ama nunca sabe lo que ama,
ni sabe por qué ama, ni qué es amar…
Amor es la eterna inocencia
y la única inocencia es no pensar.


A. Caeiro