jueves, 11 de marzo de 2010

Sobre la vida consciente y otras reflexiones. (*)

(*) ensayo para participación en el corcurso de ensayo literario Universidad del norte 2009.


Al aparente azar de los recuerdos he querido remitir la difícil tarea de seleccionar cinco libros.
Cinco libros que merezcan ser descritos y de los que debo hablar; sobre ellos y de las razones por las cuales estimo su relevancia.
He sometido esta compleja selección a un golpe de dados, a una mano de póquer, al criterio “fácil” e impersonal de la memoria preguntándome en un diálogo imaginario, ¿Cuáles son los cinco primeros libros que acuden a mi mente en este preciso instante?
¿Acaso resulta el anterior, un criterio selectivo demasiado frívolo?: Probablemente, sin embargo en lugar de intentar desesperadamente impresionar a un jurado con algún elaborado criterio digno de nobel, he querido apelar al aparente azar de “lo primero que se venga a la mente” para elegir las obras de mi modesta lista de libros. Pareciera aquella una pregunta casi trivial sino alegara antes en mi defensa, que a lo primero que recurre nuestra memoria ante preguntas de este tipo, no es necesariamente a lo más elemental; sino precisamente a aquello que de una u otra forma ha dejado en nosotros una impresión imborrable. ¿Qué mejor criterio de selección entonces?
La primera obra elegida, fue Historia de cronopios y de famas, de Julio Cortázar. Al lector incauto esta obra no produciría mas efecto que una simpática impresión del autor. Sin embargo, ante una más atenta lectura de estos relatos, podremos descubrir una singular filosofía de vida, oculta entre aquellas líneas; podremos apreciar un sutil y sumamente inteligente sentido del humor, y una muy elaborada atmósfera de inocencia casi infantil lograda con maestría por este autor.
“Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. (…) te regalan – no lo saben, lo terrible es que no lo saben-, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu mano con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca”.
Nótese la genial descripción que de algo tan corriente, como el obsequiar un reloj, realiza tan creativamente el autor.
“un cronopio pequeñito buscaba la llave de la puerta de la calle en la mesa de luz, la mesa de luz en el dormitorio, el dormitorio en la casa, la casa en la calle. Aquí se detenía el cronopio, pues para salir a la calle precisaba la llave de la puerta”.
Gracias a esta maravillosa obra, he aprendido que la vida vista desde la óptica de lo infantil, de lo pequeño, puede resultar más grata y más tolerable. Aprendí también a darle más valor a los detalles, a admirarme con elementos de la cotidianidad que normalmente nos pasan desapercibidos, como disfrutar del mar de flores que nos obsequia la primavera de mi ciudad, ¿te has detenido a observar la belleza y majestuosidad de un roble morado, florecido en la primavera barranquillera?, se derrama entre febrero y marzo, en una magnífica explosión de color, de formas y aromas.
He aprendido también con mi amigo Cortázar, a encontrar en episodios de nuestra vida común y corriente; como un subir de escaleras, o el darle cuerda a un reloj; un tema de reflexión, una historia para escribir.
A Cortázar le debo el no haber perdido la capacidad de asombro por fenómenos y cosas aparentemente nimias del vivir, mas aun en un mundo que es entendido inversamente proporcional conforme avanza.
“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía, había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.
Es este, el Coronel Aureliano Buendía, uno de los principales personajes (¿debería decir protagonista?) de Cien años de soledad, la obra más excelsa que se haya escrito en lengua castellana desde el mismísimo Quijote de Cervantes. Y esta introducción, (de las más aplaudidas de la literatura universal, junto a las de Nabokov, Poe y Hemingway), marca la puerta de entrada a esta obra total, que es el Alfa y el Omega de Macondo.
Esta obra constituye el segundo libro de mi lista. Podría extender dispendiosamente la descripción de mi experiencia con esta obra, sin embargo podría resumirla diciendo que “Gracias a García Márquez, conseguí identificarme y enorgullecerme de ser un hombre Caribe”.
“Entonces entraron al cuarto de José Arcadio Buendía, lo sacudieron con todas sus fuerzas, le gritaron al oído (…) pero no pudieron despertarlo. (...) cuando el carpintero tomaba las medidas para el ataúd, vieron a través de la ventana que estaba cayendo una lluvia de minúsculas flores amarillas”.
Con este poético episodio se despide la providencia del que fuera el dios y fundador de esa extraña población; el famoso deicidio de “Gabo”.
La vasta obra de García Márquez, es el más bello homenaje que se la haya podido rendir a la llamada Nación Caribe. La lectura de Cien años de soledad resulta tan amena, tan fresca, que pareciera estar siendo contada oralmente. Me resulta tan incluyente, que casi me siento dibujado al interior de los remotos paisajes macondianos.
Puedo ver a mi abuela Mamá Chave, la matriarca, dando órdenes por doquier en su pequeño imperio doméstico como si se tratase de mi propia Úrsula Iguarán. Puedo ver en aquellos paisajes, a mi imperecedero abuelo Pacho regresando del monte sobre el lomo de su infatigable burro. Recuerdo aquellas ancestrales tierras, las patillas, los tamarindos, el café hecho en esas viejas ollitas perpetuamente ennegrecidas por el tizne del fogón de leña. Puedo ver también a mis tías, solteras ya de por vida, ocupadísimas en los demasiados quehaceres de aquella, mi casa grande.
Debo escoger ahora con sumo cuidado las palabras que emplearé para hablar sobre una obra tan compleja como es El lobo Estepario, de Herman Hesse, que es el tercer libro de mi lista. Me hubiera resultado imposible omitir en mi evocación literaria, una obra tan inherente a mis propias experiencias, a mi propia filosofía, como esta del premio nobel de 1946.
“el hombre no posee muy desarrollada la capacidad de pensar, y hasta el más espiritual y cultivado mira al mundo y a sí propio siempre a través del lente de formulas muy ingenuas, simplificadoras y engañosas.”
La eterna pugna interna entre los yo que hacen parte de un mismo ser, complementándose entre sí como los lados de un cubo.
Desde la biblia, pasando por Parménides hasta Freud, y desde Wilde hasta Poe. Ha sido tratado profundamente el asunto de la multiplicidad del ser. Sin embargo, me atrevo a afirmar que ha sido Hesse, quien ha abarcado de la forma más perfecta, un tema tan arduo para el pensar.
Un hombre no es solo uno. “un hombre”, es una multiplicidad de entes que en conjunto reflejan lo que apreciamos como unidad.
Esa unidad del ser, que de forma tan obtusa percibimos, no obedece más que a nuestra pobre concepción del cuerpo humano como unidad no como conjunto. Nuestro propio organismo no es una unidad, sino un pequeño universo de vida, de microorganismos conviviendo entre sí en el más perfecto caos.
Ahora, si emprendemos vuelo hacia pensamientos más elevados, debemos cuestionarnos ¿Cómo, cuándo ni siquiera nuestro cuerpo es una unidad, ha de serlo tampoco nuestro espíritu o nuestra alma?
“y es que claro, el pecho, el cuerpo, no es nunca más que uno; pero las almas que viven dentro no son dos, ni cinco, sino innumerables; el hombre es una cebolla de cien telas, un tejido compuesto de muchos hilos”
Fernando Pessoa es el poeta nacional de Portugal, mi poeta favorito, y su obra, resumida en la antología poética El poeta es un fingidor, es el cuarto libro de mi lista.
El poeta es un fingidor,
Finge tan completamente
Que hasta finge que es dolor
El dolor que en verdad siente.(…)

Sus versos son como agua fresca para el espíritu, sus poemas me han facilitado el análisis de ciertos aspectos de mi espiritualidad bajo nuevas luces.
“Algunos tienen – y es sufrir – la duda:
¿Hay dios o no? ¿Existe el alma o no?
Mas yo no dudo: ignoro. Y si el horror
De dudar es tan grande, el de ignorar
Ni entre los pensamientos tiene nombre”

He hallado en este artista, un compañero en la duda, un amigo en la oscuridad de la ignorancia.
“(¿qué más se yo de dios, que dios de sí mismo?)
Le obedezco viviendo, espontáneamente,
Como quien abre los ojos y ve,
Y le llamo luz de luna y sol y flores y árboles y montes,
Y le amo sin pensar en él,
Y le pienso viendo y oyendo
Y ando con él a todas horas”

Concebir a dios, no como Dios, sino como “el todo”, el aire, las aves, las flores, la naturaleza.
La vida profunda de Barba Jacob, y Rubén Darío que escribió esto:
Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura, porque ésa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror…
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por

lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos!…

Y ¡sí que pesa el vivir!
Vivir en la ignorancia de la propia existencia, no es bueno ni malo, simplemente es dormir, decía Pessoa “Mas ahora estoy durmiendo… porque es sueño el no saber”
Sin embargo, tan inocua es aquella ignorancia, como terrible la consciencia del existir, esta que Rubén Darío llamara “vida consciente”.

“Sólo son la ignorancia y la inocencia
Felices, más lo ignoran. ¿Son o no?
¿Qué es, sin saberlo, ser? Ser, cual la piedra
Un lugar nada más”.

¿Que nos da el vivir pensante, más que dudas y la triste consciencia de la más absoluta ignorancia?
Si Pessoa me brindó nuevas luces para observar mi espiritualidad, Quevedo, ese gran maestro del vivir, me enseñó a valorar constantemente la vida, a apreciar la irrelevancia de tantas cosas tan erróneamente valoradas de la existencia, como la riqueza y la gloria. Me enseñó Quevedo una nueva dimensión del amor, ese amor constante más allá de la muerte.

(…) ¿Qué otra cosa es verdad sino pobreza,
en esta vida frágil y liviana?,
las dos embustes de la vida humana,
desde la cuna, son honra y riqueza (…)

La vida en sí misma es ilógica. La razón del “ser”, se escapa a nuestros muy limitados razonamientos. Siempre son lo que se siente, y lo que se vive, aunque pasen desapercibidos en el devenir de nuestras vidas, las cosas que al llegar el blanco día tendremos en cuenta para hacer nuestro balance final, un balance que muchas veces (caso Iván Illich), nos arroja a la cara, un triste saldo en rojo.
Desde que nacemos empezamos a morir un poco, es como si naciéramos con un reloj en conteo regresivo incrustado en el pecho. La vida, es la misma muerte, pero en cuenta regresiva.
Entonces: ¿Qué otra cosa vale más la pena del vivir, que el amor?

“Cerrar podrá mis ojos la postrera
Sombra que me llevare el blanco día,
Y podrá desatar esta alma mía
Hora a su afán ansioso lisonjera;
Mas no, de esotra parte, en la ribera,
Dejará la memoria, en donde ardía:
Nadar sabe mi llama el agua fría,
Y perder el respeto a ley severa.
Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
Venas que humor a tanto fuego han dado,
Medulas que han gloriosamente ardido:
Su cuerpo dejará no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado.”


Por:
El Argonauta.

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