martes, 29 de marzo de 2011

(Argo-mítica) Orfeo y Eurídice: historia de un amor constante, mas allá de la muerte.



Hay historias que merecen reposar en el olvido, bien sea por la amargura que deja en el paladar del narrador el traerla a luz cada vez, o ya sea para que la memoria de quienes le escuchan no pueda revivir una y otra vez el dolor ajeno que yace en la oscuridad de los recuerdos del relato. 

Hay tragedias que irrumpen de forma abrupta el curso de un amor, como refrenar el cauce de un  impetuoso rio. Pero no hay obstáculo mas insalvable para quien ama, que la muerte misma del ser amado. Hay amores sin embargo, tan grandes, tan profundos, tan viscerales, que trascienden lo corpóreo y se instalan en lo más recóndito y eterno del alma humana, y ni la muerte misma puede borrarlos. 

Muchos han experimentado este tipo de amor. Un amor tan excelso que no merece la suerte ingrata del olvido. Puedo revivir cada vez que releo, el dolor de Dante por la pérdida de Beatriz, a quien este amó hasta el límite de resistirse a que la memoria de su amada se perdiera en la bruma del tiempo.  Por eso la rescatò de su tumba y la inmortalizó en el firmamento de la literatura, a través del mayor poema escrito hasta el dia de hoy. Puedo recordar también, el famoso soneto de Francisco de Quevedo, a quien los conocedores del arte escrita denominan como el "mas hermoso que haya sido escrito jamás, en lengua castellana", y al cual posteriormente dedicaremos un merecido post.

Sin embargo una de las historias mas bellas, creadas por la inventiva humana sin duda es el mito de:




Orfeo y Eurídice.



Orfeo fue uno de los héroes griegos más conocidos, músico, poeta, filósofo, amante y protagonista de diferentes historias que han pasado de boca en boca desde los Días Antiguos hasta los nuestros, a través de los siglos y los siglos.

Aunque hay quien le da la paternidad a Eagro, rey de Tracia, muchos otros coinciden en que era hijo del mismísimo Apolo, fruto de una de sus aventuras con la musa Calíope. Esto explicaría sus tendencias artísticas desde la infancia, y su asociación con el sol, símbolo de su padre. También se cuenta que fue éste quien le regaló su primera lira, instrumento musical de siete cuerdas a las que Orfeo añadió dos más para que fueran nueve, como las musas.

Cuentan que cuando Orfeo tocaba no sólo los hombres, animales y dioses se quedaban embelesados escuchándole, sino que incluso la Madre Naturaleza detenía su fluir para disfrutar de sus notas, y que así, los ríos, plantas y hasta las rocas escuchaban a Orfeo y sentían la música en su interior, animando su esencia. Más de una vez este mágico don le ayudó en sus viajes, como cuando acompañó a los Argonautas y su canto pudo liberarles de las Sirenas, o pudo dormir al dragón guardián del vellocino de oro. Pero eso es otra historia y debe ser contada en otra ocasión...

Además de músico y poeta, Orfeo fue un viajero ansioso por conocer, por aprender... estuvo en Egipto y aprendió de sus sacerdotes los cultos a Isis y Osiris, y se empapó de distintas creencias y tradiciones. Fue un sabio de su tiempo.

Con tantas cualidades, no era de extrañar que las mujeres le admiraran y que tuviera no pocas pretendientes. Eran muchas las que soñaban con yacer junto a él y ser despertadas con una dulce melodía de su lira al amanecer. Muchas que querían compartir su sabiduría, su curiosidad, su vitalidad.

Pero sólo una de ellas robó la atención de nuestro héroe, y no fue otra que Eurídice, quien seguramente no era tan atrevida como otras y puede que tampoco tan hermosa... pero el amor es así, caprichoso e inesperado, y desde que la vio, la imagen de su tierna sonrisa, de su mirada brillante y transparente, se repetían en la mente de Orfeo, que no dudó en casarse con ella. Zeus, reconociendo el valor que había demostrado en muchas de sus aventuras, le otorgó la mano de su ninfa, y vivieron juntos muy felices, disfrutando de un amor que se dice que fue único, tierno y apasionado como ninguno.

Pero no hay felicidad eterna, pues si la hubiera, acabaríamos olvidando la tristeza, y la felicidad perdería su sentido... y también en esta ocasión sobrevino la tragedia.

Quiso el destino que el pastor Aristeo quedara también prendado de Eurídice, y que un día en que ésta paseaba por sus campos, el pastor olvidara todo respeto atacándola para hacerla suya. Nuestra ninfa corrió para escaparse, con tan mala fortuna que en la carrera una serpiente venenosa mordió su pie, inoculándole el veneno y haciendo que cayera muerta sobre la hierba.

No hubo lágrimas suficientes para consolar el dolor de Orfeo, y una noche de las muchas que pasó en vela llorando a su amada, decidió que si hacía falta, descendería  a los mismísimos infiernos de Hades para reclamar a Eurídice. Fue un viaje duro, tuvo que enfrentar al guardián de las puertas de los Infiernos, Cerberus, quien  estuvo a punto de atacarle, pero finalmente sucumbió a la música de Orfeo como otros tantos animales habían hecho anteriormente. Así fue como nuestro músico se internó en el submundo, sin parar de tocar y de cantar su tristeza.

Cuentan que el mismo Hades se detuvo a escucharle, que las torturas se interrumpieron, que todos encontraron un momento de paz en la visita de Orfeo. Sísifo, condenado a subir una piedra hasta la cumbre de la montaña una y otra vez, detuvo su marcha; los buitres que torturaban a Prometeo desgarrando sus entrañas se posaron en el suelo y Tántalo, quien jamás podría saciar su hambre o su sed, rompió a llorar olvidando sus necesidades. Y los Señores del Infierno, Hades y Perséfone, quedaron conmovidos por la belleza del canto de Orfeo.

Así, decidieron devolver a la vida terrenal a Eurídice, con la condición de que ésta caminase detrás de Orfeo en el viaje de vuelta al mundo de los vivos, y que éste no mirase atrás ni una sola vez hasta que no estuvieran en la superficie. Y ambos emprendieron la marcha.

El viaje fue difícil, lleno de penurias. Si el descenso al Hades había costado, el ascenso fue aún peor. Eurídice seguía herida y débil, y las sombras se cernían sobre ellos amenazadoras, el frío se colaba en sus huesos, los tropiezos eran cada vez más frecuentes. A punto ya de llegar a la salida, cuando los primeros rayos de luz traspasaron las sombras, Eurídice dejó escapar un suspiro aliviada, y Orfeo olvidó la orden de Hades y miró hacia atrás por un instante. Entonces su amada empezó a desvanecerse, pues la condición impuesta había sido violada, y aunque Orfeo se lanzó sobre ella en un abrazo que la retuviera, no fue más que aire lo que estrechó entre sus brazos.

Orfeo intentó entonces descender de nuevo al Hades, pero Caronte, el barquero de la laguna Estigia, le negó la entrada, y ambos apenas pudieron despedirse con una mirada a través de las aguas. Y aunque esperó Orfeo siete días con sus siete noches en el margen del lago, acabó viendo que era demasiado tarde para enmendar su error, y marchó a vagabundear por los desiertos, sin apenas probar bocado, acompañado sólo por su lira y su música.

Tiempo después, Orfeo tendría un triste final, y acabaría siendo descuartizado y los trozos de su cuerpo, divididos y esparcidos. Su cabeza les llegó a las Musas a la costa de Lesbos, navegando por el río, según se dice, aún moviéndose sus labios llamando a Eurídice, y fue allí donde las musas la recogieron y le dieron sepultura.

Al cielo subió su música, transformándose en la constelación que lleva por nombre la Lira, que contiene la estrella Vega, una de las más brillantes del firmamento, como brillantes eran los ojos de su amada Eurídice, que tal vez siga esperándole aún en el Infierno, acompañada por el recuerdo de su canto.




 FIN.








( El relato del mito fue tomado y modificado parcialmente de: http://clasesmarian.blogspot.com/2010/12/orfeo-y-euridice.html)
(los comentarios previos son orginales y de la autoría de Ambrose D'argé)

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