“Para mi bella María Juana”
Esas noches su sueño era inquieto, hablaba dormida, balbuceaba inentendibles palabras que a veces se convertían en frases enteras. Se movía de un lado para otro como una hormiguita en un tarro de azúcar, inquieta, acorralada por la gula de aquí para allá, temerosa de permanecer por el resto de sus días en una jaula de porcelana colmada de placer, condenada a tener para siempre como única compañía una cucharita de plata que entra y sale, a veces untada de café o té; mañana, tarde y noche. Mientras el sueño de Morfeo se hacía más punzante la observaba entre pestañas, parecía tranquila, como cuando bailaba en esas fiestas de la playa, sin zapatos, sintiendo la arena entre sus dedos, escondida a través de sus lentes oscuros, con esa cara de satisfacción que pocos habían visto o al menos valorado, moviendo las caderas lujuriosamente, alborotando hombros y pechos, provocando a los pescadores que se alistaban para tirar las redes que necesitaban llenas. Saboreando cada milímetro del humo dulce y risueño, besándome. Tomando de ese ron añejo con una araña que escalaba hasta la punta misma de la gloria, saboreándose ante cada bocado de la vida. Invitando a una ronda de cumbia y tambo’, incitando a la flauta de millo. Sudada, hermosa. Al otro día despertó alterada, algo triste, mientras contaba el mal sueño de la noche anterior, la causa del enojo inconsciente, de la movilidad continúa e intensa, las frases cuyo idioma parecían arameo antiguo. Se arrimaba a mi pecho buscando una caricia que yo le daba presto y ansioso, esperando escuchar las causas de la fragilidad inconsciente. Quizás un mal momento de la infancia acompañado de violencia, el temor ante una hecatombe nuclear, un acceso carnal indeseado, la frustración por cualquier cosa, una comida pesada antes de dormir, la botella de vino acabada, una mascota que nunca más regreso. Finalmente volvía a dormirse. Esta vez tranquila, imperturbable como la mar después de la lluvia. De noche habrá otra fiesta con fogata y cumbia, también porro y ron. Ella bailara hasta el cansancio con la arena colándose entre sus dedos y la briza rozando sus mejillas. Más tarde, cuando estemos desnudos en la cama nos revolcaremos hasta resbalarnos con nuestro sudor. Ella será mi ninfa y yo el Dios Pan que la persigue, calienta y observa, incluso en sueños y pesadillas.
Aurelio.
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