jueves, 4 de febrero de 2010

LOS MIEDOS DE AURELIO

Los Miedos De Aurelio



El partido sólo llevaba 12 minutos y en esa taberna del centro de la ciudad un grupo de trasnochadores alcohólicos disfrazados de hinchas se comían las uñas al ver que su equipo ya perdía un gol por cero. Con Los tiburones siempre se sufría y como en el amor, Aurelio estaba acostumbrado a sufrir. Su caso era el del amante que no concebía la pasión sin algo de dolor, tristeza y desengaño.



La había conocido por casualidad en un bar ochentero; comenzaron a dialogar sobre el clima para romper el hielo, luego sobre filosofía, el primer amor de María Juana, el maravilloso sabor y efecto de varios “cuba libre”, hasta terminar empañando los vidrios y humedeciendo la cojinería de un carro prestado.



Terminó el primer tiempo y el partido persistía con igual marcador. Todos fumaban y bebían como locos, el dueño del establecimiento, un árabe con camisa floreada, hizo sonar salsa de “Lavoe” buscando suavizar el ambiente que empezaba a tornarse tenso. Aurelio no se inmutaba ni emitía palabra, a diferencia de sus amigos que no paraban de hablar aparentemente eufóricos. Por su cabeza circulaban tres grandes miedos: Que perdieran la final los tiburones y así mismo el enervado amor de María Juana. El otro siempre había estado ahí: La aparición repentina de la muerte.



Durante las primeras semanas la pasión entre ambos fue inagotable, casi no hablaban, se hacían entender a través de caricias, deshidratadores besos, miradas cómplices y sexo en todas las formas, en la mañana, al medio día, en el cajero automático, en el baño de un restaurante, en el piso de la cocina y por supuesto en la playa. Fumaban, bebían y cantaban canciones de” Jarabe De Palo”. Hasta ahí no había ocurrido una sola discusión. Empero, interiormente el temor de Aurelio aumentaba esperando el golpe certero y al corazón, que provoca la desilusión de un enamoramiento en agonía.



Necesitaban empatar para quedar campeones. Los amigos de Aurelio anhelaban el triunfo para amanecer borrachos, esta vez con una muy buena excusa. Sólo faltaban cinco minutos y la esperanza se agotaba como esa media de aguardiente. Aurelio continuaba inmóvil como una momia, con los brazos cruzados, preguntándose por el devenir de su relación soñada, apretando el culo con cada jugada de peligro que su equipo del alma generaba.



Una noche de confesiones revelaron uno al otro su pasado sexual, Aurelio exageró un poco y quizás María Juana también, sobre todo cuando ella le contó que en quinto semestre, borracha hasta el cogote, había hecho un trió con dos amigos. Aurelio fingió no impresionarse, aunque por dentro un hormigueo de machismo genético le carcomía el orgullo. Terminó contándole que él también lo había hecho, pero omitiendo del relato que había sido con dos prostitutas que terminaron atracándolo cuando se durmió.



Sonó el pitazo final y nunca se logró empatar. El rótulo de subcampeón o perdedor, que es lo mismo, pesaba sobre las espaldas de los tiburones. Una discusión se armó en ese cuchitril del centro, las botellas comenzaron a reventarse contra las paredes; Una se estrelló contra la cabeza de Aurelio dejándolo inconsciente y la sangre le cubrió el rostro. Horas más tarde despertó en una clínica, había soñado con María Juana. Estaban en la playa disfrutando del atardecer al calor de una botella de vino. Una enfermera le alumbró los ojos con una pequeña linterna. Una voz conocida le susurró al oído, era María Juana diciéndole: Vamos para mi casa tiburón.


Aurelio.

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