DEUDAS
Como
una fiera enjaulada, caminaba de un lado hacia el otro dentro de la pequeña habitación, contigua a la sala de
velación de una funeraria. Musitaba para sí imperceptibles palabras que evidenciaban
una profunda sensación de molestia. Se paseaba meditabundo por la solitaria estancia,
golpeando la palma de su mano izquierda con el puño cerrado de la derecha, y
cada tanto en su pendular deambulación, maldecía con amargura su mala suerte.
Todo en él acusaba una desesperación incontenible, que marcaba en su rostro un rictus amargo, que ocasionaba un extraña repulsión hacia su
persona.
Parecía haber
estado padeciendo tal sufrimiento desde hace mucho tiempo. Cada tanto se
sentaba en un roído sofá ubicado en un rincón de la habitación. Cruzaba enfadado
las piernas, y con la que quedaba suspendida en el aire realizaba un
angustiante e incomodísimo balanceo.
Se hallaba absorto
en aquellos pensamientos que le descomponían,
mientras se sentaba en el sofá. Se levantaba. Caminaba afanosamente unos
segundos y luego se volvía a sentar. Todo aquello resultaba un insoportable monólogo
de ansiedad.
De repente pareció rebasarse
el límite de la paciencia humana y el
umbral de la cordura en su interior, cuando rascándose furiosamente el cuero
cabelludo se levantó de un salto del sofá y caminó raudo hacia la puerta de la
habitación. La abrió e irrumpió estrepitosamente en el salón donde resplandecía
tristemente el ataúd. Entonces, en ese momento sintió desatarse dentro de sí un
irresistible impulso demencial que lo llevo a asestar el más certero y poderoso
puntapié que se haya podido propinar jamás. Una patada que echo a rodar féretro
y demás ornamentos que componían la ceremonia, mientras todos los que se
hallaban en el recinto le miraban con gran estupefacción y evidente sorpresa. En
ese instante aquel hombre, dirigiéndose con la mirada a la viuda que le
observaba desconcertada, mientras señalaba iracundo el cadáver desparramado irreverentemente
en el suelo gritó:
- ¡No tuve la culpa… fue él quien tuvo el atrevimiento de
morirse sin pagarme antes mis putos diez mil pesos!
Corvis.
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