jueves, 15 de septiembre de 2011

Deudas (Cuento por Allan Corvis)







DEUDAS

Como una fiera enjaulada, caminaba de un lado hacia el otro dentro de la  pequeña habitación, contigua a la sala de velación de una funeraria. Musitaba para sí imperceptibles palabras que evidenciaban una profunda sensación de molestia. Se paseaba meditabundo por la solitaria estancia, golpeando la palma de su mano izquierda con el puño cerrado de la derecha, y cada tanto en su pendular deambulación, maldecía con amargura su mala suerte. Todo en él acusaba una desesperación incontenible, que marcaba  en su rostro un rictus amargo,  que ocasionaba un extraña repulsión hacia su persona.
Parecía haber estado padeciendo tal sufrimiento desde hace mucho tiempo. Cada tanto se sentaba en un roído sofá ubicado en un rincón de la habitación. Cruzaba enfadado las piernas, y con la que quedaba suspendida en el aire realizaba un angustiante e incomodísimo balanceo.
Se hallaba absorto en aquellos pensamientos que le descomponían,  mientras se sentaba en el sofá. Se levantaba. Caminaba afanosamente unos segundos y luego se volvía a sentar. Todo aquello resultaba un insoportable monólogo de ansiedad.
De repente pareció rebasarse  el límite de la paciencia humana y el umbral de la cordura en su interior,  cuando rascándose furiosamente el cuero cabelludo se levantó de un salto del sofá y caminó raudo hacia la puerta de la habitación. La abrió e irrumpió estrepitosamente en el salón donde resplandecía tristemente el ataúd. Entonces, en ese momento sintió desatarse dentro de sí un irresistible impulso demencial que lo llevo a asestar el más certero y poderoso puntapié que se haya podido propinar jamás. Una patada que echo a rodar féretro y demás ornamentos que componían la ceremonia, mientras todos los que se hallaban en el recinto le miraban con gran estupefacción y evidente sorpresa. En ese instante aquel hombre, dirigiéndose con la mirada a la viuda que le observaba desconcertada, mientras señalaba iracundo el cadáver desparramado irreverentemente en el suelo gritó:
- ¡No tuve la culpa… fue él quien tuvo el atrevimiento de morirse sin pagarme antes mis putos diez mil pesos!  




Corvis.


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