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Muy frecuentemente, de un tiempo para acá, he venido escuchado los terstimonios de personas, que han elegido la indigencia como una forma de vida. En la mayoría de aquellos testimonios, las drogas suelen aparecen como agente catalizador de un proceso autodestructivo, que culmina en el más deplorable estado en que se pueda encontrar un ser humano.
Este fenómeno, que tanto nos empeñamos en ignorar, nos rodea, estamos inmersos en ciudades atestadas de mendigos, de indigentes, de gamines, de desechables.
¿Cómo puede un hombre, llegar a elegir semejante modo de vida?. A decir verdad, en la mayor parte de los casos no se trata de "una" sola decisión. Se trata de un cúmulo de pequeñas decisiones que paulatinamente van alejando a las personas, del rebaño conformista que es la sociedad. La primera traba, la primera soplada. Luego viene la dependencia, luego la asimilación de la droga por el cuerpo, y entonces cada vez ,una droga más fuerte...
En fin, una y mil decisiones que finalmente y sin darse cuenta, los lleva irremediablemente a la calle.
Hay quienes llegan a aquella fosa por accidente, otros desde su nacimiento se encuentran prisioneros de aquel mundo; tan despiadado, tan real, tan humano (¿inhumano?), digo humano queriendo decir cruel, pues es cruel el humano .
Vivir en ese mundo es vivir nuestra misma realidad, pero vista como quien mira desde un abismo al sol resplandeciente, algunos le añoran, otros lo desprecian.
Ellos y yo compartimos la realidad, compartimos las calles, el tráfico, el ruido, el smog, pero ellos me miran como el hambriento a la comida. Es mi ciudad, y también la suya, pero la de ellos es otra, es la real.
Cuando camino por las calles de esta ciudad, o de cualquier otra, veo por doquier un bosque de brazos que se estiran hacía mí, pidiendo limosnas; veo hombres abatidos en rincones mal olientes y sucios. Noto la indiferencia generalizada, noto mi propia indiferencia que me repugna. Cuando pienso en ello me flagela terriblemente la in-conciencia, pero como a todos nosotros, se me pasa bien rápido.
Una vez me dijo un amigo que no daba limosnas porque la piedad no le era un sentimiento permisible. Cuando uno siente piedad admite tácitamente la inferioridad del ser humano que extiende suplicante su mano. Dar limosna, decía, es una manifestación de clemencia, que no podemos arrogarnos.
Retomando, decía que hay quienes eligen ese modo de vivir. Me pregunto ¿se puede elegir tal cosa?
la respuesta, es un sí rotundo. Sí se puede, muchos lo han hecho, muchos de ellos no quisieran regresar a nuestro mundo, se sienten bien siendo los amos y señores del suyo propio. No pertenecen a las instituciones, no hacen parte de las estadísticas, no son nadie, no existen para nuestros ojos. Otros sin embargo; aguardan, esperan, sueñan con dejar aquel mundo que los consume en vida como a un cigarro de bazuco. Anhelan algún día dejar aquel abismo.
Este fenómeno, que tanto nos empeñamos en ignorar, nos rodea, estamos inmersos en ciudades atestadas de mendigos, de indigentes, de gamines, de desechables.
¿Cómo puede un hombre, llegar a elegir semejante modo de vida?. A decir verdad, en la mayor parte de los casos no se trata de "una" sola decisión. Se trata de un cúmulo de pequeñas decisiones que paulatinamente van alejando a las personas, del rebaño conformista que es la sociedad. La primera traba, la primera soplada. Luego viene la dependencia, luego la asimilación de la droga por el cuerpo, y entonces cada vez ,una droga más fuerte...
En fin, una y mil decisiones que finalmente y sin darse cuenta, los lleva irremediablemente a la calle.
Hay quienes llegan a aquella fosa por accidente, otros desde su nacimiento se encuentran prisioneros de aquel mundo; tan despiadado, tan real, tan humano (¿inhumano?), digo humano queriendo decir cruel, pues es cruel el humano .
Vivir en ese mundo es vivir nuestra misma realidad, pero vista como quien mira desde un abismo al sol resplandeciente, algunos le añoran, otros lo desprecian.
Ellos y yo compartimos la realidad, compartimos las calles, el tráfico, el ruido, el smog, pero ellos me miran como el hambriento a la comida. Es mi ciudad, y también la suya, pero la de ellos es otra, es la real.
Cuando camino por las calles de esta ciudad, o de cualquier otra, veo por doquier un bosque de brazos que se estiran hacía mí, pidiendo limosnas; veo hombres abatidos en rincones mal olientes y sucios. Noto la indiferencia generalizada, noto mi propia indiferencia que me repugna. Cuando pienso en ello me flagela terriblemente la in-conciencia, pero como a todos nosotros, se me pasa bien rápido.
Una vez me dijo un amigo que no daba limosnas porque la piedad no le era un sentimiento permisible. Cuando uno siente piedad admite tácitamente la inferioridad del ser humano que extiende suplicante su mano. Dar limosna, decía, es una manifestación de clemencia, que no podemos arrogarnos.
Retomando, decía que hay quienes eligen ese modo de vivir. Me pregunto ¿se puede elegir tal cosa?
la respuesta, es un sí rotundo. Sí se puede, muchos lo han hecho, muchos de ellos no quisieran regresar a nuestro mundo, se sienten bien siendo los amos y señores del suyo propio. No pertenecen a las instituciones, no hacen parte de las estadísticas, no son nadie, no existen para nuestros ojos. Otros sin embargo; aguardan, esperan, sueñan con dejar aquel mundo que los consume en vida como a un cigarro de bazuco. Anhelan algún día dejar aquel abismo.
A nuestra manera de ver las cosas, ellos resultan como un incómodo mobiliario urbano más. Solo son elementos indeseables que afean la ciudad, que ojalá no existieran. Sin embargo, y a pesar de todo, ellos EXISTEN. Viven en aquel mundo, donde aun hay vida, donde hay consciencia, pensamientos,. Donde hay amor.
Es un mundo paralelo al nuestro, es una dimensión alterna que nos aterra, es como un asomo a nuestro infierno. Al infierno de los sociales, que somos nosotros. Un rebaño de ovejas organizadas, clasificadas y bien educaditas; que nos apretamos nerviosamente entre nosotros, cuando olfateamos la presencia de uno de aquellos lobos esteparios...
Es un mundo paralelo al nuestro, es una dimensión alterna que nos aterra, es como un asomo a nuestro infierno. Al infierno de los sociales, que somos nosotros. Un rebaño de ovejas organizadas, clasificadas y bien educaditas; que nos apretamos nerviosamente entre nosotros, cuando olfateamos la presencia de uno de aquellos lobos esteparios...
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por : El Argonauta
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